Vuelvo a la noche y me recorre la mente una serie de asociaciones
¿Por qué? me pregunto en una calle mientras ellos se alejan
La noche y el sueño, amiga, se alían
Si anoche hubieras estado a mi lado, dormida y tan sólo cubierta con una colcha; vestida con tus bragas blancas, desnudo todo el resto de tu cuerpo, te habría llamado y te habría dicho, Consuélame porque el sueño me derrota (pero no estabas. Los últimos seis años los he dormido casi en absoluta soledad. Dormir solo noche tras noche tiene algo de osadía y algo de desesperanza. Este es el mundo que nos hemos dado y no hay queja. Porque dormir solo día tras día, año tras año, te hace fuerte y te destruye; sé que busco en la almohada; sé que busco las puntas de unos pies que no son los míos; sé que palpo a mi lado por si encontrara una espalda [tu espalda]; sé que grito y ese grito me despierta sin saber que había gritado; sé que anhelo)
No he podido conciliar el sueño. No han sido los ruidos. No ha sido el espacio extraño en el que intento descansar. Es cierto, amiga, que desde hace un par de días querría no hacer lo que hago (pero no lo puedo decir, ni siquiera me permito sentirlo; es mi obligación me digo; es mi obligación salir a cazar; esta es la presa: un palacete con cuadros y alarmas y jardines con hierba) y para evitar el pensamiento que es casi una blasfemia contra el sacrosanto dios del Trabajo nado, nado, de un lado a otro de la piscina; nado a crawl, nado a braza, nado a espalda y no lo hago a mariposa porque mis caderas y mis piernas no pueden ejecutar con destreza la patada que eleve mi tren superior para la brazada simultánea; llego una vez y otra a un extremo y otro de la piscina, así hasta sesenta veces diarias, respirando, repitiendo números: nueve brazadas a crawl es un largo; dieciseis brazadas a braza es un largo; ocho brazadas a espalda es un largo -brazada en el sentido del avance con los dos brazos- y voy y vuelvo y hago pequeños intervalos y a veces cuando nado a espalda me desvío porque tan sólo tengo como referencia el cielo y tener sólo esa referencia te obliga a estar muy concentrado si no quieres perder el rumbo de la tierra y cuando termino y salgo del agua me seco, miro enrededor, me encamino al porche trasero del palacete y me digo, ¡Ah, sí, las endorfinas ya han empezado a funcionar! Ahora estarás más tranquilo. Lo verás todo de otra manera. Me visto. Me sirvo un vino. Me hago el interesante conmigo mismo leyendo un libro de antropología. Fumo un cigarrillo. Cae la tarde ante mí. Recojo las mierdas del perro. La noche me obliga a encender las luces de seguridad (sabes que en cada uno de esos momentos, en algún instante apareces tú: una sonrisa en el lago o hablándome de las plantas de la terraza de Madrid mientras riegas, descalza o comiendo patatas fritas... apareces tú tan lejana, con quien apenas he dormido, con quien ya no dormiré). Y cuando la noche lo atrapa todo, surgen los ruidos que hasta entonces se habían mantenido silenciosos. Es como si la noche les diera rienda suelta. El reino de los ruidos es la oscuridad
La pesadilla ha sido intensa y muy cruel
Me he despertado con una congoja tan grande que he pensado que si hubieras estado a mi lado, sí, lo habría hecho, te hubiera llamado para que me acogieras en tus brazos y me acariciaras el pelo mientras pronuncias frases tranquilizadoras, Venga, sólo era una pesadilla. Ahora estás aquí, conmigo. Ya ha pasado. ¿Quieres un poco de agua? No, no te dejo solo. Ven, anda, ven, así, ¿Estás cómodo? ¿Mejor? No te preocupes, dejo la luz encendida hasta que te duermas. Y que sepas una cosa: lo que has soñado no te ocurrirá jamás mientras yo esté viva
Cuando vengo a la vigilia
La luz del día
¿Por qué? me pregunto en una calle mientras ellos se alejan
La noche y el sueño, amiga, se alían
Si anoche hubieras estado a mi lado, dormida y tan sólo cubierta con una colcha; vestida con tus bragas blancas, desnudo todo el resto de tu cuerpo, te habría llamado y te habría dicho, Consuélame porque el sueño me derrota (pero no estabas. Los últimos seis años los he dormido casi en absoluta soledad. Dormir solo noche tras noche tiene algo de osadía y algo de desesperanza. Este es el mundo que nos hemos dado y no hay queja. Porque dormir solo día tras día, año tras año, te hace fuerte y te destruye; sé que busco en la almohada; sé que busco las puntas de unos pies que no son los míos; sé que palpo a mi lado por si encontrara una espalda [tu espalda]; sé que grito y ese grito me despierta sin saber que había gritado; sé que anhelo)
No he podido conciliar el sueño. No han sido los ruidos. No ha sido el espacio extraño en el que intento descansar. Es cierto, amiga, que desde hace un par de días querría no hacer lo que hago (pero no lo puedo decir, ni siquiera me permito sentirlo; es mi obligación me digo; es mi obligación salir a cazar; esta es la presa: un palacete con cuadros y alarmas y jardines con hierba) y para evitar el pensamiento que es casi una blasfemia contra el sacrosanto dios del Trabajo nado, nado, de un lado a otro de la piscina; nado a crawl, nado a braza, nado a espalda y no lo hago a mariposa porque mis caderas y mis piernas no pueden ejecutar con destreza la patada que eleve mi tren superior para la brazada simultánea; llego una vez y otra a un extremo y otro de la piscina, así hasta sesenta veces diarias, respirando, repitiendo números: nueve brazadas a crawl es un largo; dieciseis brazadas a braza es un largo; ocho brazadas a espalda es un largo -brazada en el sentido del avance con los dos brazos- y voy y vuelvo y hago pequeños intervalos y a veces cuando nado a espalda me desvío porque tan sólo tengo como referencia el cielo y tener sólo esa referencia te obliga a estar muy concentrado si no quieres perder el rumbo de la tierra y cuando termino y salgo del agua me seco, miro enrededor, me encamino al porche trasero del palacete y me digo, ¡Ah, sí, las endorfinas ya han empezado a funcionar! Ahora estarás más tranquilo. Lo verás todo de otra manera. Me visto. Me sirvo un vino. Me hago el interesante conmigo mismo leyendo un libro de antropología. Fumo un cigarrillo. Cae la tarde ante mí. Recojo las mierdas del perro. La noche me obliga a encender las luces de seguridad (sabes que en cada uno de esos momentos, en algún instante apareces tú: una sonrisa en el lago o hablándome de las plantas de la terraza de Madrid mientras riegas, descalza o comiendo patatas fritas... apareces tú tan lejana, con quien apenas he dormido, con quien ya no dormiré). Y cuando la noche lo atrapa todo, surgen los ruidos que hasta entonces se habían mantenido silenciosos. Es como si la noche les diera rienda suelta. El reino de los ruidos es la oscuridad
La pesadilla ha sido intensa y muy cruel
Me he despertado con una congoja tan grande que he pensado que si hubieras estado a mi lado, sí, lo habría hecho, te hubiera llamado para que me acogieras en tus brazos y me acariciaras el pelo mientras pronuncias frases tranquilizadoras, Venga, sólo era una pesadilla. Ahora estás aquí, conmigo. Ya ha pasado. ¿Quieres un poco de agua? No, no te dejo solo. Ven, anda, ven, así, ¿Estás cómodo? ¿Mejor? No te preocupes, dejo la luz encendida hasta que te duermas. Y que sepas una cosa: lo que has soñado no te ocurrirá jamás mientras yo esté viva
Cuando vengo a la vigilia
La luz del día