Podría ser el castillo. Desde el principio si quieres cuando es una construcción firme y sirve con honor a su función: defender las vidas de los que en su interior moran. Las aguas cercanas del pantano (incluso podría decir en aquellos inicios más lago que pantano) aún no han hecho mella en su piedra, ni siquiera se observa un asomo de verdín. Las torres abiertas. El puente levadizo cuyas cadenas no chirrían. El foso con peces y nenúfares. Parece el castillo acorde con la naturaleza que lo rodea. Y su interior, si bien oscuro, deja pasar la luz lo suficiente para que sus moradores sientan la comidad de los muros sólidos a la par que por las saeteras se filtra la claridad de las horas diurnas y las noches con luna.
¿Y la ruina del castillo? Cuando ya ha dejado de cumplir su función e incluso el pantano, antaño lago, es ahora ciénaga. Torre derruida. Luz cegada. Interior carcomido por los siglos y la termita. Foso seco. Puente levadizo sin cadenas. También entonces el castillo podría parecer acorde con la naturaleza que lo rodea.
La escalera de piedra. El gran salón con la inmensa chimenea para las recepciones, las alcobas principales, los largos corredores, los soportes en hierro de los hachos, las camas con baldaquino, los restos de tapices y alfombras junto a la mugre en las esquinas, junto a los peldaños rotos, junto a la mesa de roble podrida, junto con las panoplias vacías de armas, junto con el escudo borrado por la ruina, junto con los ecos que producen los espacios hueros.
Y puerta del huerto. Y llave de la bodega y de la alacena. Cerraduras grandes como ojos abiertos al interior de la intimidad. Grandes arcones. Baúles viejos. Y hojas de papel que sobrevuelan en paz la soledad del castillo.
Y arriba, casi intacta, en la torre del homenaje la estancia de estudio del señor nigromante. Crisol de conocimientos. Antiquísimos libros escritos en abecedarios raros; el atambor en un rincón que parece humear después de tantos siglos. Olor a sulfuro. Olor a plomo. Un kerotaxis. Un alambique. El aire de un espíritu que flota. Un espíritu viejo como la ambición.
Edad Dorada o Ruina. Plomo u Oro.
Nostalgia del castillo cuando la luna crece y la mujer sonámbula entona cantos libres en la torre albarrana. El joven soldado de guardia se esconde y la escucha hasta gozar.
Nostalgia del castillo en los días de invierno. La nieve es un espejo que no refleja el mar.
Nostalgia de su ruina, de su nunca jamás. El foso era finito. El puente levadizo no se volvió a elevar. Vacíos los salones. Vacías las alcobas excepto en una donde yace el esqueleto de una cama en el que veo, por fin, lo invisible.
¿Y la ruina del castillo? Cuando ya ha dejado de cumplir su función e incluso el pantano, antaño lago, es ahora ciénaga. Torre derruida. Luz cegada. Interior carcomido por los siglos y la termita. Foso seco. Puente levadizo sin cadenas. También entonces el castillo podría parecer acorde con la naturaleza que lo rodea.
La escalera de piedra. El gran salón con la inmensa chimenea para las recepciones, las alcobas principales, los largos corredores, los soportes en hierro de los hachos, las camas con baldaquino, los restos de tapices y alfombras junto a la mugre en las esquinas, junto a los peldaños rotos, junto a la mesa de roble podrida, junto con las panoplias vacías de armas, junto con el escudo borrado por la ruina, junto con los ecos que producen los espacios hueros.
Y puerta del huerto. Y llave de la bodega y de la alacena. Cerraduras grandes como ojos abiertos al interior de la intimidad. Grandes arcones. Baúles viejos. Y hojas de papel que sobrevuelan en paz la soledad del castillo.
Y arriba, casi intacta, en la torre del homenaje la estancia de estudio del señor nigromante. Crisol de conocimientos. Antiquísimos libros escritos en abecedarios raros; el atambor en un rincón que parece humear después de tantos siglos. Olor a sulfuro. Olor a plomo. Un kerotaxis. Un alambique. El aire de un espíritu que flota. Un espíritu viejo como la ambición.
Edad Dorada o Ruina. Plomo u Oro.
Nostalgia del castillo cuando la luna crece y la mujer sonámbula entona cantos libres en la torre albarrana. El joven soldado de guardia se esconde y la escucha hasta gozar.
Nostalgia del castillo en los días de invierno. La nieve es un espejo que no refleja el mar.
Nostalgia de su ruina, de su nunca jamás. El foso era finito. El puente levadizo no se volvió a elevar. Vacíos los salones. Vacías las alcobas excepto en una donde yace el esqueleto de una cama en el que veo, por fin, lo invisible.