Cuando Renato Nonato supo que era un fantástico cocinero, descubrió al mismo tiempo que era un asesino implacable.
Así de sencilla es la trama de Estómago película dirigida por Marcos Jorge. Una parábola o una alegoría sobre el mundo de los sentidos y el mundo del poder. El poder sobre los otros y cómo el alcohol -como elemento que descompone esa frágil cosa que se llama realidad- altera los resortes del hombre y lo lanza a una distorsión y esa distorsión altera la vida de Renato Nonato para siempre. Y la comida, la cocina, el estómago agradecido, lo que supone para el cocinero. La cocina, repito, los ingredientes, la mezcla, la sabrosura, el color, la presentación o el asco. Y todo envuelto en esa tristeza brasileira que tanto se ve en su cine, esa melancolía de la risa y del color y más aún en este hombre que ansía algo que reduce al cuerpo de una mujer que además es una puta que además no le quiere y que le llevará al desastre.
He pasado la noche junto (Repito una frase que siempre me pareció un pensamiento amplio: el sueño todo lo unifica y la vigilia todo lo disgrega) a Renato y Bujiu y don Zeferino e Iria y he lamentado sus vidas y he lamentado la mía porque era parte de las suyas y he caminado por esas calles dejadas de la mano de Dios y he descubierto que la cárcel es uno de los lugares donde la justicia animal del hombre mejor se exhibe. He pasado la noche hablando en portugués y en un momento, a solas Renato y yo, en la cocina del Restaurante Bocaccio le he confesado que yo también reduzco en muchas ocasiones todas mis ansias de belleza a un cuerpo de una mujer. El ha querido brindar con un Negrote (una bebida bestial, llena de grados y locura) y yo le he rogado que no lo hiciera porque quería despertar y escribir sobre él en este extraño libro que llevo escribiendo tanto tiempo, que no tiene espacio ni vocación ni nada y que tan sólo intenta, como si yo fuera un buen cocinero, mezclar ingredientes que den sabor al diario vivir.
Así de sencilla es la trama de Estómago película dirigida por Marcos Jorge. Una parábola o una alegoría sobre el mundo de los sentidos y el mundo del poder. El poder sobre los otros y cómo el alcohol -como elemento que descompone esa frágil cosa que se llama realidad- altera los resortes del hombre y lo lanza a una distorsión y esa distorsión altera la vida de Renato Nonato para siempre. Y la comida, la cocina, el estómago agradecido, lo que supone para el cocinero. La cocina, repito, los ingredientes, la mezcla, la sabrosura, el color, la presentación o el asco. Y todo envuelto en esa tristeza brasileira que tanto se ve en su cine, esa melancolía de la risa y del color y más aún en este hombre que ansía algo que reduce al cuerpo de una mujer que además es una puta que además no le quiere y que le llevará al desastre.
He pasado la noche junto (Repito una frase que siempre me pareció un pensamiento amplio: el sueño todo lo unifica y la vigilia todo lo disgrega) a Renato y Bujiu y don Zeferino e Iria y he lamentado sus vidas y he lamentado la mía porque era parte de las suyas y he caminado por esas calles dejadas de la mano de Dios y he descubierto que la cárcel es uno de los lugares donde la justicia animal del hombre mejor se exhibe. He pasado la noche hablando en portugués y en un momento, a solas Renato y yo, en la cocina del Restaurante Bocaccio le he confesado que yo también reduzco en muchas ocasiones todas mis ansias de belleza a un cuerpo de una mujer. El ha querido brindar con un Negrote (una bebida bestial, llena de grados y locura) y yo le he rogado que no lo hiciera porque quería despertar y escribir sobre él en este extraño libro que llevo escribiendo tanto tiempo, que no tiene espacio ni vocación ni nada y que tan sólo intenta, como si yo fuera un buen cocinero, mezclar ingredientes que den sabor al diario vivir.