Fotografía: Elena Martín
Es diciembre y ha nevado. La piscina estaba casi vacía. El cielo tiene el color del invierno (como si el otoño se hubiera dado por vencido ante el Céfiro). La higuera se ha quedado sin hojas y aún así permanecen los higos que nacieron en verano. El jardín es hermoso. Recuerdo unos versos: Viento, viento del norte/ amaina en las antenas parabólicas.
Ahora -que es la tarde- una levísima franja de sol -tan frío como el blanco del muro donde se refleja- brilla. La nieve no ha cuajado. La foto no corresponde al día de hoy. De hecho las ramas del árbol -un pruno, triste donde los haya- donde se posa la nieve ya han sido quemadas en la chimenea. Incluso diría que no era del otoño sino de febrero esa nieve.
Me gusta el frío. Quizá no me guste tanto lo pronto que llega la oscuridad cuando hace frío. Desearía un frío con más horas de luz, hasta las ocho o por qué no hasta las nueve. Cocinar la cena mientras a través de la ventana dos franjas una violeta y otro fucsia son interrumpidas en su continuidad por la silueta de un bambú.
Ahora -que es la tarde- una levísima franja de sol -tan frío como el blanco del muro donde se refleja- brilla. La nieve no ha cuajado. La foto no corresponde al día de hoy. De hecho las ramas del árbol -un pruno, triste donde los haya- donde se posa la nieve ya han sido quemadas en la chimenea. Incluso diría que no era del otoño sino de febrero esa nieve.
Me gusta el frío. Quizá no me guste tanto lo pronto que llega la oscuridad cuando hace frío. Desearía un frío con más horas de luz, hasta las ocho o por qué no hasta las nueve. Cocinar la cena mientras a través de la ventana dos franjas una violeta y otro fucsia son interrumpidas en su continuidad por la silueta de un bambú.