Ayer, domingo 29 de junio de 2014, una mujer mayor, con el pelo rubio teñido y despeinada (como recién levantada), vestida con un ropón rojo y calzada con unas zapatillas de andar por casa, apareció a las nueve de la mañana en el arenero rodeado por el grupo de casas donde vivo -que no es una urbanización, ni una corrala, aunque algo de corrala moderna tiene-, llevaba con ella tres grandes bolsas de plástico y un cartel escrito a mano que pegó con celo en el poyete que separa el arenero del garaje -el garaje del grupo de casas donde vivo está en abierto y es en realidad el bajo de los edificios -edificios de tres plantas, sustentandos por columnas-; entonces empezó a sacar de las bolsas libros y los fue apilando con mimo junto al cartel. Terminada la tarea se fue.
Poco después salí con Nilo a dar el paseo y me acerqué a la pila de libros para ver a cuánto los vendía -si los vendía- y a leer el cartel. El cartel decía: Regalo estos libros. Cuidadlos y que os hagan felices como me lo hicieron a mí. Miré los títulos y en verdad no eran demasiado interesantes excepto la colección completa -diez tomos- de La Historia Universal dirigida por Walter Goetz y editada por Espasa Calpe, una verdadera joya del enciclopedismo y que me sorprendió que fuera justamente ésa porque ya la tengo y pensé que alguien se iba a llevar un buen regalo. Aún así yo cogí tres libros (porque no lo puedo evitar): Memorias de un niño de derechas de Francisco Umbral, La mirada del otro de Fernando G. Delgado y el primer tomo del Atlas Universal de Salvat.
Me pasé el día de ayer mirando de vez en cuando, mi terraza da al arenero, y esperando que los vecinos se acercaran y lentamente, a lo largo del día, los libros desaparecieran, como desaparece una golosina a la puerta de un colegio.
No fue así. Apenas nadie -dos o tres vecinos de los aproximademante 80 que somos- se acercaron. Ninguno tomó uno, lo ojeó, dudó. Cuando saqué a Nilo por la noche no pude evitar acercarme de nuevo a ellos y esta vez por pura compasión (¿hacia quién? ¿hacia qué? ¿hacia la señora para que si pasaba por su pila de libros viera que cuando menos se habían llevado cinco?) cogí los dos primeros tomos de la Enciclopedia Universal Larrousse -sólo estaban esos dos- y un folleto de cocina de Castilla-León.
Es lunes. Los libros siguen en el poyete. La mujer no ha vuelto. Seguiré mirando.
Me pasé el día de ayer mirando de vez en cuando, mi terraza da al arenero, y esperando que los vecinos se acercaran y lentamente, a lo largo del día, los libros desaparecieran, como desaparece una golosina a la puerta de un colegio.
No fue así. Apenas nadie -dos o tres vecinos de los aproximademante 80 que somos- se acercaron. Ninguno tomó uno, lo ojeó, dudó. Cuando saqué a Nilo por la noche no pude evitar acercarme de nuevo a ellos y esta vez por pura compasión (¿hacia quién? ¿hacia qué? ¿hacia la señora para que si pasaba por su pila de libros viera que cuando menos se habían llevado cinco?) cogí los dos primeros tomos de la Enciclopedia Universal Larrousse -sólo estaban esos dos- y un folleto de cocina de Castilla-León.
Es lunes. Los libros siguen en el poyete. La mujer no ha vuelto. Seguiré mirando.