Rocky Marciano
Pobre iluminación. Aparatos extrañamente feos (no sé cuál es exactamente mi criterio estético con respecto a la belleza de los aparatos). Un argumento sobre la pista naïf y triste. Un sonido sucio. Unos números circenses imagino que complicados. La lectura posterior de unos de los asistentes al espectáculo, Habla sobre el peso de la carne. Sobre la dificultad de seguir con los números teniendo el cuerpo ya castigado por el paso de los años. Todo me parece una metáfora.
Entre los asistentes estaba una antigua amante. El tiempo que nos quisimos disfrutamos mucho. Hacía años que no la veía. La descubrí de una forma curiosa: había dejado apoyado el bastón en el murete de la barra de la cafetería del Teatro Circo Price. El bastón se escurrió y cayó. Una mujer que estaba de espaldas se giró y me lo dio. Yo le dije, Gracias Lidia y ella me respondió, De nada Fernando... como si nos hubiéramos visto ayer. Sonreímos, ella se giró y siguió hablando con su gente (no volvimos a cruzarnos la palabra en toda la noche. Sólo al final nos dimos un par de besos).
Me encontré con otros compañeros de profesión a los que hacía tiempo que no veía. A Roberto Cerdá con el que escribí una adaptación de una obra de Stanislav Lem (que ya no recuerdo cómo se llama) y un guión de cine que nunca llegó a rodarse; a Fernando Romo director y actor de Guadalajara al que dirigí en uno de mis programas de radio, Sabático, y con el que trabajé como adaptador y ayudante de dirección en La Leyenda del Santo Bebedor, dirigida por él. O Daniel Moreno actual regidor del Circo Price un hombre del que siempre me gustó su mirada. Y al salir estuvimos, Pilar y yo, hablando un rato con Javier Ocaña, el crítico de teatro de El País, al que conozco desde los años ochenta cuando ambos escribíamos para una revista llamada Teatra y del que siempre me gustan sus críticas por el cariño y respeto con que suele escribir de los montajes.
Pilar y yo nos fuimos solos. Nos sentamos en una terraza del barrio de Lavapies y charlamos sobre el circo y sus luces, con algo de nostalgia, sin ninguna esperanza.
La de anoche será una noche amada.
Entre los asistentes estaba una antigua amante. El tiempo que nos quisimos disfrutamos mucho. Hacía años que no la veía. La descubrí de una forma curiosa: había dejado apoyado el bastón en el murete de la barra de la cafetería del Teatro Circo Price. El bastón se escurrió y cayó. Una mujer que estaba de espaldas se giró y me lo dio. Yo le dije, Gracias Lidia y ella me respondió, De nada Fernando... como si nos hubiéramos visto ayer. Sonreímos, ella se giró y siguió hablando con su gente (no volvimos a cruzarnos la palabra en toda la noche. Sólo al final nos dimos un par de besos).
Me encontré con otros compañeros de profesión a los que hacía tiempo que no veía. A Roberto Cerdá con el que escribí una adaptación de una obra de Stanislav Lem (que ya no recuerdo cómo se llama) y un guión de cine que nunca llegó a rodarse; a Fernando Romo director y actor de Guadalajara al que dirigí en uno de mis programas de radio, Sabático, y con el que trabajé como adaptador y ayudante de dirección en La Leyenda del Santo Bebedor, dirigida por él. O Daniel Moreno actual regidor del Circo Price un hombre del que siempre me gustó su mirada. Y al salir estuvimos, Pilar y yo, hablando un rato con Javier Ocaña, el crítico de teatro de El País, al que conozco desde los años ochenta cuando ambos escribíamos para una revista llamada Teatra y del que siempre me gustan sus críticas por el cariño y respeto con que suele escribir de los montajes.
Pilar y yo nos fuimos solos. Nos sentamos en una terraza del barrio de Lavapies y charlamos sobre el circo y sus luces, con algo de nostalgia, sin ninguna esperanza.
La de anoche será una noche amada.