Anatomía de Venus de Jules Talrich (anatomista, escultor y ceroplástico francés) S. XIX
Cada madrugada, al despertarse, ocurre lo mismo: es consciente de que millones de células se le están muriendo. Entonces grita. Da un alarido espantoso. Se sienta en la cama y siente los millones de agonías que a un mismo tiempo se están produciendo en esos límites que se llaman cuerpo. En algunas de esas muertes celulares siente un microdolor que sumado a otros miles de microdolores le supone una sensación ácida en el cuerpo como si se estuviera derramando una gotita de limón en cientos de rasponcillos. Entonces se pregunta por qué sus genes no hicieron con él como con otros seres en los que habitan: hacerle ignorante de sus muertes continuas. Al sentirse raro, se calma. Dice desconocerse. No saberse quién es. Ser imposible de hecho reconocerse en eso que se está muriendo desde que nació, cuyas células primeras ya no están ahí. Y envidia, mientras se pone las zapatillas, a sus verdaderos dueños que tienen la misma composición (excepto mutaciones y aberraciones -que también se dan entre ellos-) desde el mismo puto día en que se concibieron. Y repite el nombre que le puso un día a su creencia: genlatría.