... entonces veo unos golpes de lluvia en el cristal del coche (ya he dejado atrás la ciudad y sus arrabales) y también veo un tramo de carretera. Sólo un tramo. ¿Quién ve más de un tramo, sólo un tramo de vida cada vez? Sólo unos ojos, un golpe, un centro comercial, una curva, la cadera, la iluminación de una gran sala de conciertos. Siento en el tramo de la carretera que veo, en unas balizas, en el encuentro con los policías de la ruta, en un puerto sin altura, en un desnivel que imagino bajándolo en bicicleta, para hacerme una idea (una cada vez) de cuánto debe sufrir un ciclista profesional subiéndolo -es un desnivel del 5%-, en la llegada a la ciudad nueva; siento en el descubrimiento de la dirección, en la calle que camino, en el particular acento de los habitantes, en mi torpeza mundana cuando entro en la habitación del hotel y las luces no se encienden y aviso a recepción y me dicen que he de introducir la llave -siento que ellos dicen llave, dicen eso, dicen también ellos llave- que no es por supuesto una llave sino una tarjeta magnética, que he de introducirla en una ranura, yo había pensado antes en la ranura, me había fijado en ese artilugio que no sé cómo funciona pero sé cómo usar, para que la luz funcione. Y la luz funciona; yo siento cuando tomo el autobús y llego al congreso al que voy a asistir porque tengo que asistir a congresos, porque es bueno asistir congresos, porque soy un hombre que al asistir a un congreso sale de casa y tengo que salir de casa y sólo cuando salgo de casa me doy cuenta de mi torpeza mundana y de mis tantas torpezas, ¡que valientes -pienso- las personas que salen todos los días de casa! aun a costa de sus torpezas, sometiéndolas al escrutinio público; yo siento cuando llego al congreso y la recepcionista joven y amable y que debe hacer su trabajo, lo debe hacer bien y porque sabe que lo debe hacer bien no lo hace tan bien porque si no seguro que lo haría estupendamente, me dice que no estoy en la lista de asistentes, yo siento -sólo una cosa cada vez- sonrisa en mi interior y que me digo para mis adentros, sí estoy y voy a aparecer ahora mismo. Tranquiliza a la muchacha y le sonrío y acude otra joven recepcionista en su ayuda y al final me encuentran y aluden a mis apellidos compuestos y además vascos y me entregan una bolsa cargada de regalos y me digo de nuevo para mis adentros, Estoy porque estoy siempre en este mundo y estaré siempre porque formo parte de la voluntad del mundo y la voluntad del mundo quiso para mí que estuviera y que fuera consciente de ser; siento cuando atravieso los controles; siento cuando me siento en una butaca junto al pasillo en el auditorio tan moderno; siento, digo, siento algo, algo en mí, algo sin nombre.