En la madrugada iba por la carretera. La peligrosa. Con mojones de granito. Curvas imposibles. Hondonadas. Había abierto las ventanillas. Entraba un aire frío. No había nadie. Estaba solo en el mundo bajo un cielo cada vez más solo. Ascendía y descendía. E imaginaba, se sentía, parte de ese universo inmenso y vacío. Recordaba que cuando Einstein empieza a inventar unas matemáticas que formulen el nuevo estado del Mundo, se creía que sólo existía una galaxia. La nuestra. Se creía que el Universo era un lugar estático. Nada se movía si no fuera por la mano mágica de un dios. Noventa años después ese Mundo donde habitamos, se expande, se acelera, se alejan las galaxias unas de otras, hasta que en unos x años ya será imposible seguirles la pista y a nuestro alrededor sólo habrá un vacío sin fondo de radiación ninguno. Ni rojo. Ni azul. Él sigue conduciendo con cuidado. Lentamente. Sin la prisa de otras veces. Se cruza un zorrillo y piensa, El zorrillo (el guineu) no es consciente del lugar en que se encuentra. El zorrillo, atraído por la fuerza de las luces, ha cruzado la carretera. Buscará un roedor. Lo comerá. Volverá a su madriguera y no analizará la noche oscura y vacía, ni las consecuencias que sobre el ecosistema haya tenido su paseo nocturno, ni su posición bajo ese cielo que en otro tiempo fue cerrado, fue bóveda que impedía que el fuego que ardía en todo su orbe devorara el aire, los mares, las tierras de nuestra Tierra.
Parece que nunca se terminará la carretera. Parece que nunca llegará el pueblo que es el hoyo de un río. Parece que nunca escuchará una voz amiga (o tan sólo una voz). Parece que la noche se ha aliado con la soledad para producir la espera. Y aunque no ha maldecido ni tan siquiera se ha alterado, ha sentido una punzadilla cuando ha visto en su teléfono una llamada perdida de L. y al devolverla, ella ya no estaba con lo cual en su teléfono habrá quedado una llamada perdida suya. ¿Dónde se pierden las llamadas? ¿A qué limbo van las llamadas perdidas?
El pueblo. La carretera más moderna. Luces de población al fondo. Esperaba tras el viaje oceánico por la montaña, griterío de fiesta, jóvenes que beben y se abrazan sus primeros abrazos, bares abiertos, cautela en la conducción y encuentra soledad de las calles, silencio y semáforos, resaltes y la entrada a la autopista. Ya es la velocidad. Los lugares conocidos. La llegada a casa. Cansado saluda a su perro. Dan un paseo corto bajo un cielo que se aleja más y más en el espacio/tiempo. Piensa en la llamada perdida. Abraza la noche. Suben el perro y él a la casa. Apaga las luces. Así se duerme el segundo día.
Parece que nunca se terminará la carretera. Parece que nunca llegará el pueblo que es el hoyo de un río. Parece que nunca escuchará una voz amiga (o tan sólo una voz). Parece que la noche se ha aliado con la soledad para producir la espera. Y aunque no ha maldecido ni tan siquiera se ha alterado, ha sentido una punzadilla cuando ha visto en su teléfono una llamada perdida de L. y al devolverla, ella ya no estaba con lo cual en su teléfono habrá quedado una llamada perdida suya. ¿Dónde se pierden las llamadas? ¿A qué limbo van las llamadas perdidas?
El pueblo. La carretera más moderna. Luces de población al fondo. Esperaba tras el viaje oceánico por la montaña, griterío de fiesta, jóvenes que beben y se abrazan sus primeros abrazos, bares abiertos, cautela en la conducción y encuentra soledad de las calles, silencio y semáforos, resaltes y la entrada a la autopista. Ya es la velocidad. Los lugares conocidos. La llegada a casa. Cansado saluda a su perro. Dan un paseo corto bajo un cielo que se aleja más y más en el espacio/tiempo. Piensa en la llamada perdida. Abraza la noche. Suben el perro y él a la casa. Apaga las luces. Así se duerme el segundo día.