Nunca pasará. Estará siempre con él. Su representación del mundo le acompaña. Puede ser la visión del fondo de radiación o un lunar; puede ser la contestación en un encuentro paseando a su perro cuando la luz empieza a no ser fresca y se anuncia la tempestad de agosto, entonces aparece lo que también es, lo que será siempre. Tan sólo ahora sabe que no debe (porque no puede) luchar. O por decirlo de manera más clara y más confusa: ahora no sabe el transcurrir del día. Cada minuto es una infinidad de posibilidades, variaciones de una voluntad que está por encima de él y de la que él forma parte. Ahora le puede poner nombre a la esencia. Sabe que la libertad de ser no es una cuestión de proceso sino un instante y para siempre. Sin embargo no sabe si ese instante ya ha sido en él y ya es libre.
La noche ha sido trágica. Ha ensoñado varios velos. Ha recordado el engaño y la explotación. Ha vuelto una y otra vez la imagen de una mujer zarandeando a su hija de cinco meses por fuera de la barandilla de la terraza de un quinto piso y ha vuelto a pensar: Hija de puta, hija de puta, hija de puta. El Mundo sigue siendo cuna de desdichas por mucho que julio le haya mostrado la cara más amable y haya sentido en su cuerpo y en su mente las emociones del abrazo y la intimidad; aunque julio haya estado repleto de contemplaciones y risas y calma, ahora, se dice, es agosto, y el perro de abajo le muerde las entrañas mientras él bracea e inspira un aire que se conjugó en aire por una suma de condensaciones casi imposibles.
No hay orgullo posible, se dice. Y también, Aguanta. Distráete. Abandona toda disposición. Haz. Y así lo hace y así dispone sus mesas de trabajo y mantiene la calma cuando su perro persigue un rastro con la lentitud del que no tiene constancia alguna de que exista el tiempo y se sirve el segundo café del día y se prepara el polén fresco y mantiene el ambiente en silencio aunque le haya llamado la atención un concierto para chelo y mira su teléfono sin mensajes y piensa en L. y no sabe, de nuevo, si llamarla o no llamarla y decide dejar a los minutos que resuelvan la duda y se pone a teclear la mañana y siente un deje y por una cuestión insondable sonríe.
La noche ha sido trágica. Ha ensoñado varios velos. Ha recordado el engaño y la explotación. Ha vuelto una y otra vez la imagen de una mujer zarandeando a su hija de cinco meses por fuera de la barandilla de la terraza de un quinto piso y ha vuelto a pensar: Hija de puta, hija de puta, hija de puta. El Mundo sigue siendo cuna de desdichas por mucho que julio le haya mostrado la cara más amable y haya sentido en su cuerpo y en su mente las emociones del abrazo y la intimidad; aunque julio haya estado repleto de contemplaciones y risas y calma, ahora, se dice, es agosto, y el perro de abajo le muerde las entrañas mientras él bracea e inspira un aire que se conjugó en aire por una suma de condensaciones casi imposibles.
No hay orgullo posible, se dice. Y también, Aguanta. Distráete. Abandona toda disposición. Haz. Y así lo hace y así dispone sus mesas de trabajo y mantiene la calma cuando su perro persigue un rastro con la lentitud del que no tiene constancia alguna de que exista el tiempo y se sirve el segundo café del día y se prepara el polén fresco y mantiene el ambiente en silencio aunque le haya llamado la atención un concierto para chelo y mira su teléfono sin mensajes y piensa en L. y no sabe, de nuevo, si llamarla o no llamarla y decide dejar a los minutos que resuelvan la duda y se pone a teclear la mañana y siente un deje y por una cuestión insondable sonríe.