Ayer él hubiera escrito lo siguiente:
"Hay en mí el microscopio. Una lente agranda lo pequeño. Diría si fuera él: lo que no existe. En la contemplación de un fenómeno natural extraigo la savia de esto que escribo si lo hubiera escrito. Al no escribirlo. Al decidir no escribirlo nunca, siento que hay en mí el microscopio.
Desoigo las voces que me enseñan una longitud extraordinaria y afirmo, con los conocedores, que la música tiene un 99% de matemáticas. Que caiga luego la tormenta o que la bandada de grullas tenga el latido de un amor es algo que en absoluto puedo soñar.
He atado mis manos a las suyas. He subido la cuesta que conduce a lo alto y desde allí, con esta desarmonía mía, he gritado un nombre propio y doce comunes. El resultado ha sido un río y doce formas de pez.
La noche me llevo a su pecho.
Como no he querido desviar la realidad de su curso natural, todo es una recta (con el peligro que conlleva toda recta) infinita (entiéndase este adjetivo de la forma más absurda posible. Por mucho que me esfuerce soy incapaz de imaginar el infinito. De hecho soy incapaz de imaginar dos millones de kilómetros. De hecho soy incapaz de comprender que en mi interior se distribuyen unos 120.000 kilómetros de arterias y venas). Quizá por eso decido dibujar como una línea recta la realidad y junto con los sabios norteamericanos rechazo la geometría euclidiana y algunas cuantas cosas más.
En este punto y aparte, se descubrió el culo sucio de la luna.
Y en este otro la crueldad de un sol que se está destruyendo a sí mismo.
Es cierto que hubiera querido acudir -si hubiera escrito lo que no voy a escribir- a unas imágenes muy bien estudiadas por Joseph Campbell, en las cuales se demuestra el terror de los hombres a su propio planeta. Todo es tierra.
Afirmo, en cambio, (y esto sí lo escribo) que la luz de la mañana ha sido clara y que el llanto del niño a las siete y media me ha sacado de un sueño al que creía tener derecho (evidentemente el niño no era consciente ni de mí, ni de mi sueño, ni de mi derecho. O no tan evidente. No, no tan evidente) y cuando la realidad ha cambiado he sentido unas inmensas ganas de estar.
Heráclito no era tan majo. En el fondo él se dolía de que todo fluyera. Él pertenecía a la clase dominante (la que quiere que todo permanezca).
Los bolígrafos están tumbados.
El libro de inglés se expresa en su idioma.
El café se contiene en los límites de la taza.
La madera de la mesa aguantará un día más.
La pantalla de la lámpara se duele de ser gris.
El ratón roe.
El cuadro es rectangular.
Las paredes empiezan a mostrar la suciedad del blanco (referencia al sucio culo de la luna en la arquitectura prêt-a-porter).
Los pasos del animal vuelven a ser cautos.
A lo lejos se oyen las risas de seis mujeres.
Son las once.
En Moscú los bípedos hacen deporte.
Y parece que mañana existirá*".
* Nota del transcriptor de lo que él hubiera escrito ayer: Para la de la foto no. Le quedaba un piso para morir.
"Hay en mí el microscopio. Una lente agranda lo pequeño. Diría si fuera él: lo que no existe. En la contemplación de un fenómeno natural extraigo la savia de esto que escribo si lo hubiera escrito. Al no escribirlo. Al decidir no escribirlo nunca, siento que hay en mí el microscopio.
Desoigo las voces que me enseñan una longitud extraordinaria y afirmo, con los conocedores, que la música tiene un 99% de matemáticas. Que caiga luego la tormenta o que la bandada de grullas tenga el latido de un amor es algo que en absoluto puedo soñar.
He atado mis manos a las suyas. He subido la cuesta que conduce a lo alto y desde allí, con esta desarmonía mía, he gritado un nombre propio y doce comunes. El resultado ha sido un río y doce formas de pez.
La noche me llevo a su pecho.
Como no he querido desviar la realidad de su curso natural, todo es una recta (con el peligro que conlleva toda recta) infinita (entiéndase este adjetivo de la forma más absurda posible. Por mucho que me esfuerce soy incapaz de imaginar el infinito. De hecho soy incapaz de imaginar dos millones de kilómetros. De hecho soy incapaz de comprender que en mi interior se distribuyen unos 120.000 kilómetros de arterias y venas). Quizá por eso decido dibujar como una línea recta la realidad y junto con los sabios norteamericanos rechazo la geometría euclidiana y algunas cuantas cosas más.
En este punto y aparte, se descubrió el culo sucio de la luna.
Y en este otro la crueldad de un sol que se está destruyendo a sí mismo.
Es cierto que hubiera querido acudir -si hubiera escrito lo que no voy a escribir- a unas imágenes muy bien estudiadas por Joseph Campbell, en las cuales se demuestra el terror de los hombres a su propio planeta. Todo es tierra.
Afirmo, en cambio, (y esto sí lo escribo) que la luz de la mañana ha sido clara y que el llanto del niño a las siete y media me ha sacado de un sueño al que creía tener derecho (evidentemente el niño no era consciente ni de mí, ni de mi sueño, ni de mi derecho. O no tan evidente. No, no tan evidente) y cuando la realidad ha cambiado he sentido unas inmensas ganas de estar.
Heráclito no era tan majo. En el fondo él se dolía de que todo fluyera. Él pertenecía a la clase dominante (la que quiere que todo permanezca).
Los bolígrafos están tumbados.
El libro de inglés se expresa en su idioma.
El café se contiene en los límites de la taza.
La madera de la mesa aguantará un día más.
La pantalla de la lámpara se duele de ser gris.
El ratón roe.
El cuadro es rectangular.
Las paredes empiezan a mostrar la suciedad del blanco (referencia al sucio culo de la luna en la arquitectura prêt-a-porter).
Los pasos del animal vuelven a ser cautos.
A lo lejos se oyen las risas de seis mujeres.
Son las once.
En Moscú los bípedos hacen deporte.
Y parece que mañana existirá*".
* Nota del transcriptor de lo que él hubiera escrito ayer: Para la de la foto no. Le quedaba un piso para morir.