Hace dos días volví a ver Der Untergang (El Hundimiento). Hoy he visto Das weisse Band (La cinta blanca). De la primera siempre me ha causado malestar esa mirada compasiva con que la cámara recorre el búnker de la Cancillería del Reichstag. Porque en la derrota siempre hay compasión. La interpretación de Bruno Ganz. Aires de Leni Reinfenstahl en las tomas picadas de las columnatas. No acabo de sentir el miedo y el desprecio que mi juicio moral sobre la vida y las personas exige. Humanizar al asesino de masas sí resta fuerza al símbolo. Porque Adolf Hitler no es un hombre. Es el símbolo de lo peor del hombre. Me importa una mierda que tuviera parkinson y sintiera vergüenza de esa debilidad y lo ocultara. Su humanidad no añade nada a su perversidad. Se da por descontada (literalmente).
Das weisse Band es una alegoría. Es un cuento terrible. La aparente ausencia del mal es el germen de todo mal. El mal que se reprime es un mal que se agranda. La moral represora es el mal por excelencia. Das weisse Band cuenta la infancia de los futuros asesinos de masas. Hay unos silencios tan largos. Hay unas oscuridades tan impenetrables. Una pequeña luz se ve siempre rodeada de sombras abismales. La luz del día quema. La noche ciega. En esos claroscuros se ventila en elipsis la barbarie. En perfecto orden.
Das weisse Band es una alegoría. Es un cuento terrible. La aparente ausencia del mal es el germen de todo mal. El mal que se reprime es un mal que se agranda. La moral represora es el mal por excelencia. Das weisse Band cuenta la infancia de los futuros asesinos de masas. Hay unos silencios tan largos. Hay unas oscuridades tan impenetrables. Una pequeña luz se ve siempre rodeada de sombras abismales. La luz del día quema. La noche ciega. En esos claroscuros se ventila en elipsis la barbarie. En perfecto orden.