Cuando el hombre volvía en su velero desde Livorno a Roma se sentía henchido de orgullo como la vela lo estaba por el viento. Sus ojos miraban más allá del horizonte. Sabía que su proyecto estaba a punto de culminar. Su socio salió de la cabina y se puso junto a él, en la proa. Dijo, Dos mascarones para un mismo barco y le ofreció un vaso de chianti. Ambos hombres brindaron y rieron. El hombre primero le comentó a su socio que estaba deseando llegar a Roma para ver a su esposa y contárselo todo. Ambos sabían que era la última oportunidad. Ambos habían diseñado el farol hasta el último detalle. Todo lo habían previsto. El socio le preguntó, ¿También habíais previsto que yo no aceptara participar? El hombre le miró y el socio no necesitó escuchar la respuesta. Fue justo en ese momento cuando a sus espaldas restañó el primer rayo en el cielo que súbitamente había ennegrecido como si se hubieran metido en las fauces de un inmenso oso. El socio, aterrado, miró al hombre que hacía poco estaba henchido de orgullo y le gritó, ¿Y esto lo teníais previsto? La ola se llevó al hombre. Lo levantó como si fuera una hoja de un árbol caduco en otoño. El socio creyó verlo una última vez entre las olas. Poco más tarde él también moriría ahogado. Pasó la tormenta. Sobre la mar en calma flotaron los restos del naufragio.
Cuentecillo italiano
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2022 a las 19:40Cuando el hombre volvía en su velero desde Livorno a Roma se sentía henchido de orgullo como la vela lo estaba por el viento. Sus ojos miraban más allá del horizonte. Sabía que su proyecto estaba a punto de culminar. Su socio salió de la cabina y se puso junto a él, en la proa. Dijo, Dos mascarones para un mismo barco y le ofreció un vaso de chianti. Ambos hombres brindaron y rieron. El hombre primero le comentó a su socio que estaba deseando llegar a Roma para ver a su esposa y contárselo todo. Ambos sabían que era la última oportunidad. Ambos habían diseñado el farol hasta el último detalle. Todo lo habían previsto. El socio le preguntó, ¿También habíais previsto que yo no aceptara participar? El hombre le miró y el socio no necesitó escuchar la respuesta. Fue justo en ese momento cuando a sus espaldas restañó el primer rayo en el cielo que súbitamente había ennegrecido como si se hubieran metido en las fauces de un inmenso oso. El socio, aterrado, miró al hombre que hacía poco estaba henchido de orgullo y le gritó, ¿Y esto lo teníais previsto? La ola se llevó al hombre. Lo levantó como si fuera una hoja de un árbol caduco en otoño. El socio creyó verlo una última vez entre las olas. Poco más tarde él también moriría ahogado. Pasó la tormenta. Sobre la mar en calma flotaron los restos del naufragio.
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