Yo estuve en la isla de la Serpiente que recibió a un náufrago al que apeló como vasallo. Yo fui ese náufrago y aún hoy, pasados más de cuarenta siglos, veo como si estuvieran frente a mí sus cejas de lapislázuli.
Me mantuve amarrado al mástil y vi morir a los ciento veintiún marineros que conmigo navegaban. Íbamos a inspeccionar unas minas de oro de un Rey cuyo nombre la niebla de los siglos ha ocultado.
Ahora estoy aquí, en lo alto de unas montañas. Dos buenas mujeres acuden cada poco para asearme y darme de comer. Siempre que me ven comentan lo viejo que debo ser. Me dejan arropado, sentado frente a una ventana.
Yo estuve en la isla de la Serpiente. Fui náufrago. Ahora, en la vejez, soy náufrago de nuevo. Envejecer es naufragar; la mar en la vejez siempre está encrespada. Mi mástil son las dos buenas mujeres. A ellas me aferro.