La vieja que atraviesa el camino se encuentra con un joven que apenas sí empieza a vivir. Ella le da los buenos días y al hacerlo refleja en su rostro un mohín de cuando era, físicamente, también joven.
Porque ocurre en los viejos un hecho que los jóvenes no pueden entender y es lo siguiente: la mente de los viejos no suele ser tan vieja como los cuerpos que la albergan. Por eso muchos viejos se extrañan que se los trate de viejos y muchas viejas se sienten atractivas, de ahí esos gestos coquetos en muchas de ellas. Podríamos decir que si la mente pudiera traslucir su lozanía en algún rasgo del físico de los viejos, muchos seguirían siendo atractivos.
Quizá por eso Naturaleza se esfuerza en disimular esa juventud mental porque lo que Ella necesita es células reproductoras jóvenes e inexpertas que no sepan o incluso disfruten del lugar en el que viven y no células reproductoras que ya conocen el mundo y alertarían en exceso al feto de lo que está por venir con el consiguiente aumento de los abortos espontáneos.
El joven apenas mira y gruñe un saludo a la vieja que pasa. A quién él espera es a una muchacha que ni le mira. Pero ya le mirará, ya…