Por algún lugar anda cojitranca la verdad. No todo será interpretar, se dice la chelista mientras afina el instrumento justo antes de salir a escena. Aquello pasó y aquello y aquello otro. Luego será el recuerdo quien tropiece, quien se rompa las piernas (metafóricamente pensando). La chelista se jira en el espejo del camerino. Nunca fue guapa, desde niña lleva la cara disfrazada por culpa de una que le rajó la mejilla de arriba abajo por una cuestión de chucherías; con los filos de una botella de cristal la marcó para siempre y también marcó su destino porque fue entonces, con la sangre chorreando por su mejilla -la izquierda para ser más precisa- cuando supo que sólo podría vivir siendo chelista. Siempre salía a escena con un velo cubriendo el tajo y exigía al encargado de las luces que rodeara su rostro con un halo de misterio. Así se escucha mejor la sonata para violonchelo de Cesar Frank, argumentaba cuando algún quisquilloso preguntaba el por qué de esa tenuidad en la iluminación de escena. Siempre tocaba la sonata para violonchelo de Frank ya fuera en un bis o en el programa. Necesitaba escuchar su melodía y mientras lo hacía rememorar la tarde en la que su vida tomó un rumbo del todo inesperado y decidió dedicarse a la música como habría podido decidirse por el esquí de fondo. Fue la sangre en su mejilla, lo rojo líquido en su manos, el pavor que sintió, el escozor en la cara y esa primera imagen que le acudió a la cabeza y que no se le quitó hasta que le pusieron el último punto de sutura: un violonchelo entre sus piernas y un arco en su mano diestra quien marcó también su destino; si la imagen hubiera sido un bosque nevado, un par de esquís y unos bastones allá la veríais hoy compitiendo, luchando a brazo partido, dejándose el alma por vencer como ahora se deja el alma y las articulaciones de los dedos recorriendo el mástil del chelo. Esa es la verdad, cojitranca, sí, pero sin interpretación que valga.
Cuentecillo Interior
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2023 a las 19:26Por algún lugar anda cojitranca la verdad. No todo será interpretar, se dice la chelista mientras afina el instrumento justo antes de salir a escena. Aquello pasó y aquello y aquello otro. Luego será el recuerdo quien tropiece, quien se rompa las piernas (metafóricamente pensando). La chelista se jira en el espejo del camerino. Nunca fue guapa, desde niña lleva la cara disfrazada por culpa de una que le rajó la mejilla de arriba abajo por una cuestión de chucherías; con los filos de una botella de cristal la marcó para siempre y también marcó su destino porque fue entonces, con la sangre chorreando por su mejilla -la izquierda para ser más precisa- cuando supo que sólo podría vivir siendo chelista. Siempre salía a escena con un velo cubriendo el tajo y exigía al encargado de las luces que rodeara su rostro con un halo de misterio. Así se escucha mejor la sonata para violonchelo de Cesar Frank, argumentaba cuando algún quisquilloso preguntaba el por qué de esa tenuidad en la iluminación de escena. Siempre tocaba la sonata para violonchelo de Frank ya fuera en un bis o en el programa. Necesitaba escuchar su melodía y mientras lo hacía rememorar la tarde en la que su vida tomó un rumbo del todo inesperado y decidió dedicarse a la música como habría podido decidirse por el esquí de fondo. Fue la sangre en su mejilla, lo rojo líquido en su manos, el pavor que sintió, el escozor en la cara y esa primera imagen que le acudió a la cabeza y que no se le quitó hasta que le pusieron el último punto de sutura: un violonchelo entre sus piernas y un arco en su mano diestra quien marcó también su destino; si la imagen hubiera sido un bosque nevado, un par de esquís y unos bastones allá la veríais hoy compitiendo, luchando a brazo partido, dejándose el alma por vencer como ahora se deja el alma y las articulaciones de los dedos recorriendo el mástil del chelo. Esa es la verdad, cojitranca, sí, pero sin interpretación que valga.
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| Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2023 a las 19:26 |
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