¿Iré a algún sitio subido a la litera?
¿Es la litera de un tren o de un barco?
¿Estoy soñando? (Porque ahora recuerdo las enseñanzas de aquellos que creen que el sueño todo lo unifica y la vigilia todo lo disgrega) (Porque las dimensiones son tan extrañas y puede que paralelamente se estén produciendo otros aconteceres).
¿Viajo en una litera rumbo a otro país? Por la ventanilla veo la velocidad de los paisajes (un día lo escribí, soy referencia de mí mismo) y el destello de una lluvia fina y densa. Tengo hambre. Las luces son mortecinas. Estoy en un tren de otro tiempo. Ya soy de otro tiempo. Ya no viajo. Bajo de mi litera. Debe de ser la madrugada. No tengo reloj. No existen los teléfonos móviles. Pasillo de tren. ¿Pasillo de barco? Lo recorro. Hacia el vagón restaurante voy. La noche. La lluvia. La velocidad de los paisajes. El olor de un cuerpo de mujer. A ser un buen amante se aprende con los años. Nadie nace sabido y menos en el juego erótico. ¡Cómo de hermosa es la humedad! No sabía entonces -de ese entonces del que ahora ensueño, porque he decidido que el que está subido en la litera es un yo joven- que los antiguos griegos estimaban que el semen es la espuma de la sangre. Si lo hubiera sabido me habría agitado más y le habría aconsejado a mi amante que se agitara ella también, que nos agitáramos como si fuéramos putas botellas de champán y el orgasmo fuera el descorchamiento (¿por eso nos resulta tan alegre descorchar el champán?), la alegría desbordándose por nuestros órganos reproductores que deja exhaustos los cuerpos y una lánguida gana de seguir vivo. Camino por ese pasillo de ese tren (o barco). Es verano y llueve una lluvia densa y fina. Tengo comprada una litera, la de arriba, la que está más cerca del techo, lo que me produce cierta sensación de ataúd. Todavía es el tiempo en el que las ventanillas se pueden bajar. Bajo una. Aspiro el aire de la noche húmeda. Me acerco al vagón restaurante. Llego. Entro. Ella, mi amante, está allí. Es bella como la juventud. Lleva puesta mi camisa de seda. Su cabello despeinado me recuerda nuestro amar. Me sonríe. Se enciende un cigarrillo. Viajamos a ninguna parte pero creemos que nuestro viaje tiene destino. Y eso, sí, eso siempre es bueno.