La constelación en la pluma que puede traerme (también podría llegar hasta la selenite... la pluma) o también hacerme recordar las palabras de Antonio Cañizares, un señor que viste de mujer por no sé qué cuestión de ser un puto cura, y darme la gana de encontrármelo en la calle y cagarme en la puta madre que lo parió y esa pluma estilográfica y nacarada puede adueñarse de mí y desearle a ese deslenguado hijo de cabrón (hijo del Diablo por lo tanto) que necesite acogerse un día en sagrado y le cierren las puertas en la mierda de boca que tiene; la constelación de la pluma es infinita, es un lugar lleno de árboles o el oficio de los roperos y también la constelación de la pluma estilográfica puede llegar hasta un sonido bronco o convertirse en la base mayor de las piedras preciosas y mientras divago sobre lo astuta y sagaz que puede llegar a ser la pluma estilográfica se me viene a la mente de nuevo la cara de mujer vieja y amargada que tiene el puto obispo Antonio Cañizares y me aterra cómo a gente tan mezquina, tan necia, tan cretina se les da pábulo un día y otro día en los medios voceros de cualquier tipo de poder... también la pluma estilográfica alcanza en ocasiones el tamaño de un pabellón y evoca en su tinta azul (en otras ocasiones es verde y en otras negra) el padecimiento de los desheredados, los que ahora mismo están en una barcaza al pairo en mitad de dos continentes o caminando por el centro de Europa siguiendo las vías de un tren que no les va a llevar a ninguna parte o cruzando el Río Grande con las espaldas mojadas o los que ven cómo sus hijos lloran y lloran y lloran y enferman y se ahogan mientras el obispo de Valencia el cabrón/diablo de Antonio Cañizares tras haber desayunado en tacita de plata avisa contra ellos no vaya a ser que muerdan la mano que les dio de comer (si es que alguna mano les da de comer). Ah, sí en su constelación ha cabido esta noche la tortera que se pone en la punta del huso y ayuda a torcer la hebra y también ha aparecido, grácil, la torrija empapada en vino u otro licor, rebozada con huevos batidos y frita en aceite o manteca y en su constelación, providencial y con algo de urgencia, ha querido escribirse la torpeza y una hierba indiana hortense semejante en las hojas a la athanasia que produce unas flores bellísimas de color anaranjado, llamadas claveles de la India y también como al tanteo, susurrando en el papel la punta del plumín ha surgido Tamorlán que fue Emperador celebérrimo de los Tártaros aunque según los historiadores era hijo de pastor, llamado Timur y por ser cojo le añadieron la voz lene y de ahí Timurlene y corrompida la voz llegó a nuestra idoma en la forma Tamorlán y así en la constelación de la pluma estilográfica reposa la pastorcilla, la mazorca donde se cría la semilla del panizo y el mijo, el compás de proporción llamado pantometra, la purga de un exceso, las palabras acristianas, amorales, indecentes del malnacido cardenal y obispo de Valencia Antonio Cañizares, la pupa en el rostro de la niña por el vaivén de las olas contra el cayuco, y el grito unánime de que me cago en las patrias, las fronteras y las identidades nacionales, me cago en todas y cada una de ellas, empezando por la española y acabando en la de las Antillas Holandesas, ahhh y sin embargo también riela en su constelación la boca que se desea, la luz una vez más (¿cuántas le quedarán?) del otoño, el penetrador de mentes, el estandarte pequeño... simples, inmensas constelaciones.