En la noche. Nilo detrás se ha tumbado. Acabamos de salir del puerto. Enfilamos la autovía. Reconozco los lugares por los que paso. Me he acicalado. Voy a dormir con mi mujer. Tomo el desvío para entrar en la A-6. No hay mucho tráfico. Entro en el carril de aceleración. Un coche marca con el intermitente que se desvía al carril central para dejarme libre el carril de incorporación. 110 kilómetros hora. Para ahorrar algo de combustible. Fulgor de ojos verdes. La carretera brilla con los faros delanteros y los faros traseros. Poco a poco todo va entrando en un perfecto equilibrio. Un equilibrio universal. Y lo siento. Siento que estoy vivo. La vida como cúmulo de sensaciones. Sistema nervioso que está enviando sus señales a todos los rincones de mi cuerpo y gracias al cual sé que estoy vivo. Es una necesidad de agradecimiento. Es la certeza de lo vivo. Es la suerte de haberse introducido cierto espermatozoide en cierto óvulo. Es una historia mil millonaria. Es la triste y sublime capacidad de los seres humanos de ser conscientes en un instante de que ese instante sólo es en tanto en cuanto estoy en él. Formar parte. Con los ojos muy abiertos. A lo lejos ya se asoma la ciudad. Aparcaré. Pasearemos mi perro y yo por el Madrid que tanto me vio ser. Subiré a la casa de mi mujer. La abrazaré. Beberemos un buen vino por su cuadragésimo segundo cumpleaños. Jugarán los perros. Nos quedaremos dormidos y si el sistema nervioso lo promueve despertaremos y volveremos a la vigilia.