Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni de Gian Lorenzo Bernini
Jóvenes artistas:
Ante todo perseverad. Yo sé que esto que os digo va en contra de toda la lógica en una sociedad que ya no sólo santifica el trabajo sino que lo eleva (gracias a las crisis provocadas por los amos) a deseo místico, a culmen de la realización del hombre en la tierra.
Yo os confirmo que hay otra vida y que el trabajo amansa a las fieras. La costumbre, la rutina, la exaltación de los horarios, el reconocimiento de las caras, la asunción de la jerarquía, el admitir como inevitable que en tu lugar de trabajo haga frío (o calor excesivo), todas esas cosas provocan en el hombre una tendencia a la mansedumbre porque somos mansos, esencialmente lo somos.
¿Qué ofrece el arte que no tiene el trabajo asalariado? La fiereza. Ser artista es ser, necesariamente, fiero. Fiero ¿en qué sentido? Escuchad: vivir sin red es vivir y al vivir asoma, sin descanso, el miedo y ante el miedo tienes muy pocas opciones, quizá sólo dos: sumergirte en el miedo o enfrentarlo. Si te sumerges en él, dejas de ser artista.
¿Qué es ser artista? En esencia, ser artista es ser el primer hombre. Y al serlo estáis en la obligación de descubrir el mundo. Descubrir el mundo es probar los frutos de la tierra sin saber si son o no ponzoña; descubrir el mundo es retar a la gravedad y subir al árbol; descubrir el mundo es haceros vuestro vestido, dormir en las ruinas como si fueran lo que ya no son, amar con toda la pasión que también habeis de descubrir, desesperaros por no encontraros, mirar el mundo con vuestra mirada no con la mirada de los otros; ser artista es no saber, no saber nunca, no conocer ni siquiera el sentido de la palabra límite; ser artista es mantenerse siempre perplejo mientras lentamente (¡descubrid, jóvenes artistas, la lentitud!) ejecutáis vuestro arte, ya sea frente al lienzo o cuando el oído descubre el sonido justo o si la palabra se aposenta en el texto como si no hubiera podido existir jamás otra o si cumplís el personaje en el escenario y llegáis a ese momento en que actor y personaje se encuentran en un mundo intermedio, en el Alma del Mundo porque ser artista es llegar a vivir de vez en cuando ahí: en el Alma del Mundo.
No cejéis, jóvenes artistas, mientras tengáis fuerzas. No escuchéis, por muy buena que sea la intención, al hombre viejo que os advierte tan sólo de los peligrosos y del más que problable fracaso. No es optimismo. Yo os digo: el fracaso no existe en el arte. Y os digo más: sólo si el arte es verdadero, el fracaso no existe porque en el arte que se vive el éxito es la vida. En el arte el éxito es únicamente el proceso. ¿Veis como es imposible fracasar? ¿Fracasa quien vive?
Jóvenes artistas, ayer me gustó vuestro gesto cuando defendíais vuestra intención de seguir adelante contra viento y marea y aún así, con respeto, escuchabais al viejo que os pormenorizaba las etapas que habríais de sufrir. Porque creí entrever que habíais asimilado ya un componente de la vida que se nos quiere hurtar constantemente: el sacrificio en su sentido lato de sacer facere, hacer sagrado.
Y una de las formas más hermosas de hacer sagrada la vida es por medio del arte.
Ahora os dejo, queridos, me espera la mar a la que abrazo cada mañana con mis brazos viejos pero fuertes y que me acoge como el calor del cuerpo de la mujer dormida cuando en las noches frías entro en la cama y me acurruco junto a ella.
¡Benditos seáis!