ESCENA 1: SALÓN DE UN PEQUEÑO CHALET (Int/noche)
La cristalera que da a un pequeño jardín, está abierta. Fuera se escucha el sonido de la noche: búhos, grillos y carreras rápidas y cortas.
Elena, una mujer de edad indefinida, intenta no encender un cigarrillo. Se acerca a la cristalera. Vuelve a la mesa donde se encuentra el tabaco. Mira a Fernando, un hombre de edad indefinida, que se encuentra sentado en un sofá rojo mientras intenta concentrarse en una partida de snooker que ponen por la televisión.
Fernando se enciende un cigarrillo y da un trago a una botella de cerveza.
Elena se abrocha el cordón de la bata. Se acerca y sale, un momento, al jardín. Vuelve rápido, como asustada. Llega hasta la mesa. Enciende un cigarrillo. Da una calada honda.
Elena:
Te dije que estaba aquí.
Fernando sigue atento el desarrollo de la partida.
Elena:
Deberías salir. Con una linterna. Deberías ir hasta la esquina de la derecha. Hurgar en el hueco. Echar zotal. No sé. O lejía. Yo así no puedo dormir. No, no voy a poder dormir. Estaré escuchando toda la noche esa maldita carrera. Me volveré loca.
Fernando:
Soy incapaz de hacer lo que me pides.
Elena:
Cobarde.
Fernando:
Sí, lo soy, soy un puto cobarde.
Elena:
Todo contigo ha sido un tiempo perdido. No sé que haces aquí.
Fernando:
No vuelvas a reconocer que todo fue un tiempo perdido.
Elena:
¿Por qué?
Fernando:
No lo sé. Sólo te lo pido. Como tú me pides algo que sabes que no puedo hacer.
Elena:
Y yo seguiré escuchando esas carreras en la hierba.
Fernando:
Así será.
Elena:
Vamos a la cama.
Fernando:
Sube tú. Yo quiero ver el final de la partida.
Elena: (Se levanta. Apaga con furia el cigarrillo en el cenicero. Se dirige a la puerta del salón)
Todo es humo.
Se va
Fernando: (Sin dejar de mirar a la pantalla de la televisión)
Y agujeros.
La cristalera que da a un pequeño jardín, está abierta. Fuera se escucha el sonido de la noche: búhos, grillos y carreras rápidas y cortas.
Elena, una mujer de edad indefinida, intenta no encender un cigarrillo. Se acerca a la cristalera. Vuelve a la mesa donde se encuentra el tabaco. Mira a Fernando, un hombre de edad indefinida, que se encuentra sentado en un sofá rojo mientras intenta concentrarse en una partida de snooker que ponen por la televisión.
Fernando se enciende un cigarrillo y da un trago a una botella de cerveza.
Elena se abrocha el cordón de la bata. Se acerca y sale, un momento, al jardín. Vuelve rápido, como asustada. Llega hasta la mesa. Enciende un cigarrillo. Da una calada honda.
Elena:
Te dije que estaba aquí.
Fernando sigue atento el desarrollo de la partida.
Elena:
Deberías salir. Con una linterna. Deberías ir hasta la esquina de la derecha. Hurgar en el hueco. Echar zotal. No sé. O lejía. Yo así no puedo dormir. No, no voy a poder dormir. Estaré escuchando toda la noche esa maldita carrera. Me volveré loca.
Fernando:
Soy incapaz de hacer lo que me pides.
Elena:
Cobarde.
Fernando:
Sí, lo soy, soy un puto cobarde.
Elena:
Todo contigo ha sido un tiempo perdido. No sé que haces aquí.
Fernando:
No vuelvas a reconocer que todo fue un tiempo perdido.
Elena:
¿Por qué?
Fernando:
No lo sé. Sólo te lo pido. Como tú me pides algo que sabes que no puedo hacer.
Elena:
Y yo seguiré escuchando esas carreras en la hierba.
Fernando:
Así será.
Elena:
Vamos a la cama.
Fernando:
Sube tú. Yo quiero ver el final de la partida.
Elena: (Se levanta. Apaga con furia el cigarrillo en el cenicero. Se dirige a la puerta del salón)
Todo es humo.
Se va
Fernando: (Sin dejar de mirar a la pantalla de la televisión)
Y agujeros.