Sobre la esfera me muevo y persigo la escandalosa belleza, la que a tantos aterra. Estoy en el porche trasero de una casa inmensa, frente a mí dos toros de hierro y al fondo una mujer de 1926 llamada Primavera que corona una piscina cuyos extremos son curvos. La luna está en cuarto creciente y he encontrado una mesa y una silla lo suficientemente cómodas para que el hecho de escribir no sea incómodo.