No he venido al mundo a convencer a nadie
Algunos sí vienen con esa intención
No alcanzo a sentirme uno mismo
Ni sé qué es la Unidad
Ni lo que el Alma del Mundo es
Ni siento el Universo vacío y solos en él
Tampoco me importaría mucho
No me interesa en sí, como dolor, la soledad
Me gustan las discusiones metafísicas como juego de enredaderas que cubren la pared de hermosos arabescos (lo al fin y al cabo pared, no enredadera. La enredadera se sostiene porque tras ella hay pared)
No tengo un sentido trascendente de la muerte
Siento eróticamente la vida
La vida erótica. Una de las cuatro locuras posibles (según como siempre expresaban, en su afán calificador, los griegos).
La lucha me retrae.
No quiero vivir eternamente. No quiero saberlo todo. No quiero una verdad para toda la vida. Ni busco toda una vida para una verdad.
Me levanto por la mañana y eso es todo. Duermo en la noche y eso es todo. El regalo es una mirada. El regalo es un encuentro. El regalo es ser consciente.
Todo lo demás (que podemos abarcar con el pomposo nombre de metafísica) es un juego de trileros, es una fiesta apolínea, es una orgía eleusina, es una novena eterna, es un discurso del método, es una epistemología necesaria siempre para amarrar los machos al orden; todo lo demás son enseñanzas de salón o reunión arbitraria de cerebritos a la parrilla.
¡Qué importa el contacto con los marcianos!
¿Y qué si las estrellas nos muestran el orden?
¿Qué si la esencia de los ausentes se conforma en una bola azul o en un holograma?
¿Qué si es autosugestión o visita sideral?
Me gusta la visión de la montaña
La estrella fugaz que durante un milisegundo alimenta
Me gusta el cuerpo de la mujer.
Me siento como los antiguos
que tenían largas pesadillas y
llamaban a los adivinos para que los aliviaran.
Tiempo suficiente.
Algunos sí vienen con esa intención
No alcanzo a sentirme uno mismo
Ni sé qué es la Unidad
Ni lo que el Alma del Mundo es
Ni siento el Universo vacío y solos en él
Tampoco me importaría mucho
No me interesa en sí, como dolor, la soledad
Me gustan las discusiones metafísicas como juego de enredaderas que cubren la pared de hermosos arabescos (lo al fin y al cabo pared, no enredadera. La enredadera se sostiene porque tras ella hay pared)
No tengo un sentido trascendente de la muerte
Siento eróticamente la vida
La vida erótica. Una de las cuatro locuras posibles (según como siempre expresaban, en su afán calificador, los griegos).
La lucha me retrae.
No quiero vivir eternamente. No quiero saberlo todo. No quiero una verdad para toda la vida. Ni busco toda una vida para una verdad.
Me levanto por la mañana y eso es todo. Duermo en la noche y eso es todo. El regalo es una mirada. El regalo es un encuentro. El regalo es ser consciente.
Todo lo demás (que podemos abarcar con el pomposo nombre de metafísica) es un juego de trileros, es una fiesta apolínea, es una orgía eleusina, es una novena eterna, es un discurso del método, es una epistemología necesaria siempre para amarrar los machos al orden; todo lo demás son enseñanzas de salón o reunión arbitraria de cerebritos a la parrilla.
¡Qué importa el contacto con los marcianos!
¿Y qué si las estrellas nos muestran el orden?
¿Qué si la esencia de los ausentes se conforma en una bola azul o en un holograma?
¿Qué si es autosugestión o visita sideral?
Me gusta la visión de la montaña
La estrella fugaz que durante un milisegundo alimenta
Me gusta el cuerpo de la mujer.
Me siento como los antiguos
que tenían largas pesadillas y
llamaban a los adivinos para que los aliviaran.
Tiempo suficiente.