...las temperaturas han bajado... ¿fue el sábado cuando las nubes andaban locas? ¿entonces ya habías decidido, muchacho valiente que moriste mayor?... esta mañana un hombre ha estado a punto de embestirme con su coche... recuerdo un día jugando a la pelota en la piscina de tu casita... tu casita tenía algo de Hansel y Gretel por eso la nombro con diminutivo... oigo voces... ¿oyes voces? ¿alguien te susurró al oído el bardo del inicio del viaje? ¿hubieras querido?... no se fue la luz y respiré hondo... los ojos de tu sobrina Olivia me recordaron a los tuyos... al volver del tanatorio sentía extraño el mundo, siempre me pasa cuando alguien cercano muere, también suelo sentir la muerte cuando se acerca, quizá sea porque la vi cuando murió mi tía Adela, siendo yo muy niño, no más de ocho años tendría y cuando ocurre algo así -ver la muerte de niño- no dejas ya de verla nunca; quizá la vi antes: nada más nacer vino a por mí, fue la primera vez que la vencí pero las heridas de la lucha me dejaron cojo para siempre; volvió a por mí un par de veces más y volví a vencerla y volvió a dejarme malherido; sinceramente, querido, no creo que la venza muchas veces más si es que alguna victoria me queda. Ya descansas. Tus últimos días fueron agónicos -agónicos en su sentido etimológico; αγον como lucha-. Seguro que luchaste duro. Seguro que tuviste fe. Seguro que agradeciste la mirada de alguien que un día de los malos estuvo junto a ti. ¿Inspiras? Inspira. Seguro que cuando fuiste entrando en la paz de la sedación tuviste un último pensamiento consciente. ¿Fue hermoso? ¿Fue sencillo?
Por si llega a tus ligeros conductos auditivos, por si alivia tu tránsito hacia lo inefable, por si hubiera algo que aliviar, déjame susurrarte el bardo del inicio del viaje, el que los monjes budistas del Tíbet susurran a los moribundos que están a punto de partir: Oh, noblemente nacido, ahora experimentas la Clara Luz primaria en su realidad, en el estado de bardo, donde todo es como el vacío de un cielo sin nubes. Intenta permanecer en este estado. Tu propio y claro intelecto, ahora en el vacío claramente desplegado -resplandeciente, emocionante y dichoso-, es ya la misma conciencia del propio y bondadoso Buda (sea lo que sea Buda). Ambos son indistinguibles y su unión es el cuerpo de la verdad, el dharma-kaya.
Y, sí, Adolfo, que la paz sea contigo.