Yo no sé si cuando Epicteto fue desterrado de su patria sonrío pero al menos sí escribió que aunque le desterraran no podrían impedir que una sonrisa acudiera a su boca.
Este principio de que la voluntad de encarar las cosas con ánimo favorable es patrimonio del ser humano a quien le ocurre, se resume en el saber popular con un a mal tiempo buena cara.
He de reconocer que me cuesta sonreír ante la adversidad, ante los contratiempos. He de reconocer que desde que me desvalijaron la casa siento un abatimiento y una tristeza que no cesan. Y más aún cuando he de entender que todos estos asuntos no son más que pruebas que algo llamado Alma le pone a este ser humano que se llama Fernando y que aunque lo sienta muy mío, no es yo.
Yo no soy nada. Y no lo entiendo. Quiero decir que lo entiendo pero no lo entiendo. Tengo la suerte de llevar muchos años sabiendo que todo lo que se puede decir es posible. Y aunque sé que se puede afirmar que el ser humano Fernando no existe en absoluto y aunque acepto que ésa es una verdad de Perogrullo, el ser humano Fernando que ahora está tecleando estas ideas acumula desde que le robaron, desde que le asaltaron su casa, desde que entraron en la habitación de su hija, desde que se llevaron sus tres pertenencias miserables, un dolor, un abatimiento y una tensión en el ojo derecho que no logra de ninguna de las maneras convertir en sonrisa.
Y quisiera sonreír, ¡vive el cielo que quisiera!
Y quisiera agradecer a los ladrones la bendición de la putada que me han hecho (no, no me la han hecho, yo detono la posibilidad de que me hagan semejante bendición) para poder seguir aprendiendo no sé qué, y no lo puedo saber porque mi estado de conciencia es mínimo; estoy en la escala del uno al siete, en un estado uno aunque para mí que estoy en una escala inferior a uno. Soy incapaz de no sentir un turbio malestar que me lleva a estrellar unas cuantas tazas contra el suelo de la cocina, a romper un cuchillo, a gritar hasta casi romperme la garganta y a quedarme dormido y a despertarme e ir a Madrid y romper mi ley de silencio y expresar unas cuantas gilipolleces en un lugar donde debería estar callado, donde quiero estar callado y aprender, quiero aprender, quiero aprender.
Este ser cínico que ahora escribe es el ego de un ser humano llamado Fernando; este ser humano no es; si a este ser humano le arrancamos la máscara queda nada, pura tranquilidad, lago sin ondas, sin vida subacuática; este ser que siente la pérdida; este ser que no entiende el desapego; que desde hace cuatro días no gusta de su casa, ni de la ventana de la terraza; este ser que ahora está escribiendo estas cosas que no llevan a ningún sitio; cosas nada. No así Epicteto que supo sonreír ante la adversidad. La adversidad sonriente. Todo está bien. Estamos sanos. No fuimos agredidos. La salud. La integridad física. Pero si hubiera habido agresión física también debería bendecirla y además sería responsabilidad de mi Alma, no de los ladrones, que me quiere enseñar, que me quiere llevar a ese lugar donde cualquier suceso de la vida no tiene la más mínima importancia, no conlleva juicio de valor alguno, porque no sé.
Y esa sí que es una verdad que acepto con una sonrisa: no sé nada. No entiendo nada. No sé por qué me entristece no ver el ordenador con toda mi obra dentro de él encima de la vieja mesa de madera o la cámara con la que grabé momentos muy felices o la televisión que me entretenía las noches solitarias o los teléfonos a los que iba cogiendo el tranquillo; no sé por qué me enfurece que todo eso esté en manos de unas personas a las que en absoluto conozco. Personas que, como yo, tampoco existen y cuya responsabilidad en el robo no les concierne sino que le concierne a sus Almas que con semejantes actos les quieren hacer aprender algo.
Así la rueda del mundo que yo no entiendo, de la que nada sé, a la que, estoy casi seguro, nunca llegaré porque en el fondo de mi ser humano Fernando tengo para mí... no, no tengo nada para mí. No soy. No sé cómo no soy pero no soy.
Seguiré trabajando.
Este principio de que la voluntad de encarar las cosas con ánimo favorable es patrimonio del ser humano a quien le ocurre, se resume en el saber popular con un a mal tiempo buena cara.
He de reconocer que me cuesta sonreír ante la adversidad, ante los contratiempos. He de reconocer que desde que me desvalijaron la casa siento un abatimiento y una tristeza que no cesan. Y más aún cuando he de entender que todos estos asuntos no son más que pruebas que algo llamado Alma le pone a este ser humano que se llama Fernando y que aunque lo sienta muy mío, no es yo.
Yo no soy nada. Y no lo entiendo. Quiero decir que lo entiendo pero no lo entiendo. Tengo la suerte de llevar muchos años sabiendo que todo lo que se puede decir es posible. Y aunque sé que se puede afirmar que el ser humano Fernando no existe en absoluto y aunque acepto que ésa es una verdad de Perogrullo, el ser humano Fernando que ahora está tecleando estas ideas acumula desde que le robaron, desde que le asaltaron su casa, desde que entraron en la habitación de su hija, desde que se llevaron sus tres pertenencias miserables, un dolor, un abatimiento y una tensión en el ojo derecho que no logra de ninguna de las maneras convertir en sonrisa.
Y quisiera sonreír, ¡vive el cielo que quisiera!
Y quisiera agradecer a los ladrones la bendición de la putada que me han hecho (no, no me la han hecho, yo detono la posibilidad de que me hagan semejante bendición) para poder seguir aprendiendo no sé qué, y no lo puedo saber porque mi estado de conciencia es mínimo; estoy en la escala del uno al siete, en un estado uno aunque para mí que estoy en una escala inferior a uno. Soy incapaz de no sentir un turbio malestar que me lleva a estrellar unas cuantas tazas contra el suelo de la cocina, a romper un cuchillo, a gritar hasta casi romperme la garganta y a quedarme dormido y a despertarme e ir a Madrid y romper mi ley de silencio y expresar unas cuantas gilipolleces en un lugar donde debería estar callado, donde quiero estar callado y aprender, quiero aprender, quiero aprender.
Este ser cínico que ahora escribe es el ego de un ser humano llamado Fernando; este ser humano no es; si a este ser humano le arrancamos la máscara queda nada, pura tranquilidad, lago sin ondas, sin vida subacuática; este ser que siente la pérdida; este ser que no entiende el desapego; que desde hace cuatro días no gusta de su casa, ni de la ventana de la terraza; este ser que ahora está escribiendo estas cosas que no llevan a ningún sitio; cosas nada. No así Epicteto que supo sonreír ante la adversidad. La adversidad sonriente. Todo está bien. Estamos sanos. No fuimos agredidos. La salud. La integridad física. Pero si hubiera habido agresión física también debería bendecirla y además sería responsabilidad de mi Alma, no de los ladrones, que me quiere enseñar, que me quiere llevar a ese lugar donde cualquier suceso de la vida no tiene la más mínima importancia, no conlleva juicio de valor alguno, porque no sé.
Y esa sí que es una verdad que acepto con una sonrisa: no sé nada. No entiendo nada. No sé por qué me entristece no ver el ordenador con toda mi obra dentro de él encima de la vieja mesa de madera o la cámara con la que grabé momentos muy felices o la televisión que me entretenía las noches solitarias o los teléfonos a los que iba cogiendo el tranquillo; no sé por qué me enfurece que todo eso esté en manos de unas personas a las que en absoluto conozco. Personas que, como yo, tampoco existen y cuya responsabilidad en el robo no les concierne sino que le concierne a sus Almas que con semejantes actos les quieren hacer aprender algo.
Así la rueda del mundo que yo no entiendo, de la que nada sé, a la que, estoy casi seguro, nunca llegaré porque en el fondo de mi ser humano Fernando tengo para mí... no, no tengo nada para mí. No soy. No sé cómo no soy pero no soy.
Seguiré trabajando.