Jimmi Hendrix en Woodstock. 1969
19h. 08m.
¿Cómo saldré de aquí, amigo? Estaba en el Tabernáculo de hinojos. Suplicaba algo. Por ideas que me habían venido a lo largo del día y que yo consideré impropias. ¿Cómo me presentaré en la sala de ballet? ¿Por qué siempre que se rueda una escena en un vestuario femenino una de las mujeres tiene que pedir en voz alta un tampón? ¿Cómo saldré de mis entrañas? ¿Cómo podré destilar toda esta rabia que tiene mucho más que ver con el mundo que conmigo? El mundo como enseñanza de un comportamiento. Quisiera dejar de enternecerme cuando escucho el testimonio de un hombre que ha enterrado a su hermano el cual estuvo a lo largo de su vida gravemente enfermo de cuerpo y alma y él -el que entierra- y sus otros hermanos aún vivos le rinden un homenaje al fallecido y aseguran que siempre llevó con dignidad sus enfermedades y esa fue la gran deuda que ellos -sus hermanos- adquirieron con él -el muerto-. ¿Cómo saldré de aquí? ¿Cuándo dejaré de sentirme un animal que hace girar con sus patas la rueda de los agravios? ¿Cómo respiraré el aire de la montaña? ¿Cómo conseguiré que mis ojos miren como ojos recién venidos al mundo? Tú sabes, amigo amado, que también sé reír y seguro que estés donde estés recordarás alguna vez las veces que te hice reír y cómo cuando nuestras risas se juntaban esparcían por el aire lo que para un romántico supone el aroma de las rosas; seguro que no te has olvidado de mi capacidad para mirar enrededor y ese afán en dejar a la memoria ligera, sin excesivos anclajes (pesados fardos... utiliza la imagen que prefieras). He mirado en la cómoda los restos de tu ropa y al abrir el armarito del baño me he dado de bruces con tu maquinilla de afeitar. ¿Cuándo volverás? ¿Cuándo podremos estar juntos frente a una copa de vino rojo, disfrutando del atardecer junto al lago? ¿Cuándo podré escuchar tu voz que me calma y me anima? ¿Cuándo podré mirarte a los ojos? Sin ti es todo un poco más estático. Creo, ya lo sabes, que lo más valioso de ese sentimiento que nos une es su dinamismo, es como si junto a ti fuera imposible que me convirtiera en estanque.
Sí, te lo confieso: la tarde de hoy me abruma. Quisiera haber estado dormida, arrecogía en mí (imagen de ovillo -y también la cercanía de un gato que empezara a jugar conmigo o yo/ovillo-).
21 de abril a las 23h. 19m.
Han pasado cuatro días. No he podido ni acercarme a las teclas. He pasado horas y horas quieta. Hay días en los que la desilusión se hace dueña de mí y me inmoviliza. Es miedo. Es no poder ascender un solo peldaño más. Sé que no debo preguntarme sobre ello. Sé que la condición del ser humano responde a la cita de San Agustín cuando decía: si crees haber entendido lo que es Dios, entonces ten por seguro que no es Dios. Aplicado a la vida vendría a ser entregarse a eso que en un lenguaje común llamamos destino. Dejar que sean los días los que vayan poniendo las cosas en su sitio y no preguntarse nunca dónde está el sitio de cada cosa. Quizás en ese dejarse hacer, en ese no luchar estribe una de las grandes lecciones de la vida. Abandonarse a ella entonces. Bendecirla, si me permites amigo, utilizar esa terminología. Si siguiera por esa vía y estableciera la clásica división de las formas religiosas entre las religiones proféticas como la cristiana, las místicas como la budista y las sapienciales como el confucianismo, te diría que a mí ahora me vendría bien una religión sapiencial, una religión que me enseñara el recto camino, una religión que moralmente me tranquilizara, que me sostuviera en el derrumbamiento que he sufrido estos cuatro días. Porque este silencio ha sido debido al abatimiento.
Renazco una vez más. Respiro con hondura. Hago mis ejercicios corporales. Cocino mientras escucho una conferencia con una temática que inunda mi corazón de pasado. Dormito un rato. Entro en mi escritorio y dejo que el trabajo llame a la inspiración y quizá de ese encuentro surja una par de frases afortunadas -lo que querrá decir que ha habido un instante de lucidez-. Paseo. Miro las diversas tonalidades de las nubes. Juego con la perra. Me atrevo a coger una piña del suelo. Los suelos están contaminados, ya lo sabes. Todo está contaminado. En los últimos días han venido dos ambulancias a mi edificio y se han llevado a dos ancianas. Venían los sanitarios -ambulanceros los llamábamos antes- con sus trajes aislantes, sus gafas aislantes, sus mascarillas aislantes, sus guantes aislantes. El mundo se pudre en este mes de abril. Siempre defendí que abril ha sido siempre un pudridero. No he sentido más temor a contagiarme. No siento ningún temor. La muerte no tiene rostro. La muerte es solo una idea. Una idea más reflejada en la pared de la caverna. Ya voy sintiendo ganas de lavarme la cabeza, cortarme las uñas de los pies y aspirar el aire de la madrugada que me retrotrae a un verano en Las Alpujarras. Era muy joven. Era hippie. Algún día te contaré.
Renazco una vez más. Respiro con hondura. Hago mis ejercicios corporales. Cocino mientras escucho una conferencia con una temática que inunda mi corazón de pasado. Dormito un rato. Entro en mi escritorio y dejo que el trabajo llame a la inspiración y quizá de ese encuentro surja una par de frases afortunadas -lo que querrá decir que ha habido un instante de lucidez-. Paseo. Miro las diversas tonalidades de las nubes. Juego con la perra. Me atrevo a coger una piña del suelo. Los suelos están contaminados, ya lo sabes. Todo está contaminado. En los últimos días han venido dos ambulancias a mi edificio y se han llevado a dos ancianas. Venían los sanitarios -ambulanceros los llamábamos antes- con sus trajes aislantes, sus gafas aislantes, sus mascarillas aislantes, sus guantes aislantes. El mundo se pudre en este mes de abril. Siempre defendí que abril ha sido siempre un pudridero. No he sentido más temor a contagiarme. No siento ningún temor. La muerte no tiene rostro. La muerte es solo una idea. Una idea más reflejada en la pared de la caverna. Ya voy sintiendo ganas de lavarme la cabeza, cortarme las uñas de los pies y aspirar el aire de la madrugada que me retrotrae a un verano en Las Alpujarras. Era muy joven. Era hippie. Algún día te contaré.