Agujero blanco. Loygorri, 2020
22h. 45m.
Nunca hubiera supuesto que un día en mi vida (una vida que ya empieza a declinar y que me lleva a analizar el presente como un saco de huesos de aceituna. No sé cuánto habrá de razón en lo que siento ni cuánto de desesperación. Quizás algo provenga de esa evidencia que dice que una mujer se vuelve invisible a partir de los cincuenta. Esa soledad del cuerpo. Esa soledad de las ganas. La incertidumbre de la muerte que merodea más cerca, que va estrechando el círculo. Porque casi toda juventud ha de ser hermosa si aceptamos que en ella reside el mayor depósito de esperanza. Hacerse mayor es irse vaciando ese depósito e incluso reconocer que la esperanza es una de las mayores trampas de nuestra especie. Podría, si quisiera, ir a las etimologías. Hoy no me apetece. Abril nunca fue un mes bueno para buscar nada. Abril en mi vida. Nada de sobreentendidos. Con las modernas formas de comunicación los sobreentendidos como las ironías han dejado de entenderse. ¡Curiosa paradoja! Me apetecería para seguir beberme un buen vino de la Ribera del Duero o uno de Burdeos como el que tomamos una amiga y yo en un banlieu de Paris en el verano de 2003. Los paseos por Paris, en mi soledad de los cuarenta y tres años. Un verano muy nublado. Yo paseaba por la ciudad mientras mi amiga pintaba su obra. Por la noche nos reuníamos y charlábamos sobre arte o vida mientras las botellas se iban acabando y el queso también. No lo haré, no beberé vino. Ya no tengo vino en casa. La vida ha cambiado mucho. El mundo se ha vuelto antipático y mezquino. Eso es lo que siento. Los acontecimientos actuales acentúan esta sensación; hace muchos años, querido, que el hedor lo va inundando todo y ahora ya no es más que la evidencia de lo que se olía. He de cerrar este paréntesis)... como escribía al inicio nunca hubiera supuesto que un día en mi vida me diera por recordar la última vez que una persona me besó. Así ha ocurrido y ese hecho me reconcilia un poco con este existir feo que los inicios del siglo XXI nos está regalando -matanzas en masa, millones de personas arruinadas y viviendo en la pobreza, una degradación del ecosistema de Gaia imparable, cientos de miles de muertos por una enfermedad desconocida-; me reconcilia con la vida haber tenido un pensamiento, o un recuerdo, que nunca hubiera imaginado que podría llegar a tener porque en general, en la vida, siempre hay un apretón de manos, un palmada en el hombro, un roce fortuito y no imaginas (...no imaginaba yo. Quizá mi imaginación no sea tan rica como yo creía. Sí he llegado a imaginar verme sola en un lugar desierto en donde, por su propia naturaleza, no hay contacto. Muchos escritores se han dedicado a ese tema: la absoluta soledad. Sin ir más lejos, ni ponerme estupenda, Robinson Crusoe es un ejemplo perfecto. Pero no recuerdo muchas piezas literarias -ninguna en este momento- en el que una parte de la población del mundo, en su hábitat natural, en su rutina, con sus vecinos, sus conocidos, sus amigos, se viera un día imposibilitada para sentir la más mínima cercanía y los encuentros fugaces se dieran siempre a cierta distancia)... no imaginaba, querido amigo mío, que nítido como un rayo juvenil, como recuerdo el primer beso de amor, recuerde casi con la misma nostalgia el último beso que me dieron cuando ni siquiera el beso fue el de un amante sino el de un compañero de clases de pintura, un beso en la mejilla, un beso de buenos días. Sí, fue el domingo 8 de marzo, hace casi cuarenta días. Y yo no sabía, no sabía que hasta hoy nadie se me iba a volver a acercar, nadie iba a rozar mi hombro o estrecharme una mano y por supuesto ni pensar en un beso en la mejilla y ¡qué decir de un beso en la boca! ... un beso en la boca y si el beso me lo dieras tú, amado, no sé si volvería a sentir que tengo trece años, estoy sentada en las rodillas del chico al que deseo y sé que ese va a ser el día en el que por primera vez sienta que en un beso se concentra la posibilidad de un universo.