La mitad de mí. Versión de Loygorri. 2020 (en base a una foto previa de autor anónimo)
17h. 56m.
Amigo, cuántas preguntas tengo hoy. Me he levantado con el sueño torcido. Será que andan mis ganas insaciables y que esta soledad no me llena. Imagino que las teclas sonaran como antaño, sonidos de pulsión analógica y no digital.
¿Sería necesario que me apretaras tanto como yo quisiera; que me apretaras hoy, a esta hora fusca de la tarde como escribí hace un montón de años? En aquel entonces buscaba palabras en los diccionarios y olvidaba aquella máxima que dice que es más bello escribir lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Así lo explicaba a sus alumnos el profesor de gimnasia Juan de Mairena en sus clases de retórica. ¡Qué hermoso Machado! ¡Qué triste su fin!
Te decía, amigo, que hoy me asaltan las preguntas. Me asalta: ¿Podría haber habido libertinos en la China del siglo XVIII? ¿Será el siglo XXI d.C. el siglo de China? ¿Es lo más interesante para la inteligencia hacerse preguntas? ¿Ha habido libertinos siempre?
¿Cómo te diría sin parecer quejosa que te echo de menos? Porque hay algo en las preguntas que acabo de escribir que me parecen perífrasis para llegar hasta ti... tú que debes de andar muy lejos, quizá por la Tierra del Fuego aunque si anduvieras por Guadalajara de España estarías igual de lejos. Es condición de la presa que todo esté siempre lejos. Sin barrotes presa. Sin grandes y pesadas puertas de hierro cada una de cuyas hojas puede llegar a pesar miles de toneladas. Puertas inmensas. Puertas que llegarían a tener tal altura que rozarían los cielos (cuando los cielos eran de piedra se entiende). ¿Tú sabes cuánto me lamento en las noches? ¿Tú sabes, amigo amado, que de tanto morder el embozo de la sábana me lo he comido? ¿Cuántas veces dirías que pronuncio tu nombre en la madrugada?
No llegarás hasta mi pecho. No sabes cómo mis caderas se mecen bajo el influjo del recuerdo de tus manos agarrándomelas. No sabes, amado, que las constelaciones dibujan siluetas caprichosas de tu cuerpo y que ayer, cuando saqué en la madrugada a la perra, y a mí, claro, me sacó ella, al ver la luna llena me sonrojé y sentí el derramarme y fue tal mi gozo que la pareja de la Guardia Civil que me pidió que me identificara, se relajó y tan sólo me aconsejó que volviera rápido al encierro.
Te amo, amigo. Ahora es la tarde del día con número de infinito vertical. Amaneció nublado y luego fue venciendo el sol. Apenas disfrutamos del aire fresco. Apenas el silencio se hace notar. Vivo en un edificio de gentes ruidosas aunque no sepa a ciencia cierta si lo que acabo de escribir es una tontería o un oximoron porque ¿cabe un edificio silencioso en nuestras vidas? Otra pregunta más. Una sin respuesta más. 41 minutos.
¿Sería necesario que me apretaras tanto como yo quisiera; que me apretaras hoy, a esta hora fusca de la tarde como escribí hace un montón de años? En aquel entonces buscaba palabras en los diccionarios y olvidaba aquella máxima que dice que es más bello escribir lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Así lo explicaba a sus alumnos el profesor de gimnasia Juan de Mairena en sus clases de retórica. ¡Qué hermoso Machado! ¡Qué triste su fin!
Te decía, amigo, que hoy me asaltan las preguntas. Me asalta: ¿Podría haber habido libertinos en la China del siglo XVIII? ¿Será el siglo XXI d.C. el siglo de China? ¿Es lo más interesante para la inteligencia hacerse preguntas? ¿Ha habido libertinos siempre?
¿Cómo te diría sin parecer quejosa que te echo de menos? Porque hay algo en las preguntas que acabo de escribir que me parecen perífrasis para llegar hasta ti... tú que debes de andar muy lejos, quizá por la Tierra del Fuego aunque si anduvieras por Guadalajara de España estarías igual de lejos. Es condición de la presa que todo esté siempre lejos. Sin barrotes presa. Sin grandes y pesadas puertas de hierro cada una de cuyas hojas puede llegar a pesar miles de toneladas. Puertas inmensas. Puertas que llegarían a tener tal altura que rozarían los cielos (cuando los cielos eran de piedra se entiende). ¿Tú sabes cuánto me lamento en las noches? ¿Tú sabes, amigo amado, que de tanto morder el embozo de la sábana me lo he comido? ¿Cuántas veces dirías que pronuncio tu nombre en la madrugada?
No llegarás hasta mi pecho. No sabes cómo mis caderas se mecen bajo el influjo del recuerdo de tus manos agarrándomelas. No sabes, amado, que las constelaciones dibujan siluetas caprichosas de tu cuerpo y que ayer, cuando saqué en la madrugada a la perra, y a mí, claro, me sacó ella, al ver la luna llena me sonrojé y sentí el derramarme y fue tal mi gozo que la pareja de la Guardia Civil que me pidió que me identificara, se relajó y tan sólo me aconsejó que volviera rápido al encierro.
Te amo, amigo. Ahora es la tarde del día con número de infinito vertical. Amaneció nublado y luego fue venciendo el sol. Apenas disfrutamos del aire fresco. Apenas el silencio se hace notar. Vivo en un edificio de gentes ruidosas aunque no sepa a ciencia cierta si lo que acabo de escribir es una tontería o un oximoron porque ¿cabe un edificio silencioso en nuestras vidas? Otra pregunta más. Una sin respuesta más. 41 minutos.
01h. 18m.
Me demoré. Pasaron las horas. Aquí me tienes de nuevo cuando la noche se calla. Aún no me acostaré. El encierro ha dilatado mi vigilia hasta la alta madrugada. Sólo llego despierta al alba si los ruidos del mundo me despiertan. ¿Qué verán tus ojos? ¿A quién acariciarán tus manos? ¿Por qué prefiero que sigas aprendiendo en otros cuerpos lo que luego dibujarás en el mío? Caballo mío, galopa y agarra las caderas de la mujer que te tiene esta noche como agarrabas las mías no hace tanto. Galopa fuerte. Galopa ebrio y relincha cuando escupas la dicha de estar vivo. Una noche más espero tu vuelta, a solas conmigo, cubierta con las ropas que un día tocaste.