Confinamiento 3. Diosa encorsertada de las serpientes. Creta entre 2000-1700 a.C.
19 de marzo 23h 45m.
El mundo, el mío, el de todos, es un gran maremoto de emociones. Están saltando constantemente, de un corazón a otro, de una mente a otra. Desde Islandia hasta Nueva Zelanda hay una misma sensación de abandono y plenitud, de contingencia y fragilidad, de brío y quietud. Así mis caderas forman parte de ese vaivén sentimental. 21 de marzo 20h. 51m.
Me desnudo frente al espejo y me miro con el corsé que mandé hacer a imagen y semejanza del primer corsé que la historia conoce, que es uno de Creta, allá por el 2000 a.C. Mis caderas se ven lanzadas hacia los lados y me siento más mujer que nunca porque en esta época se nos permite a las mujeres que no fuimos madres sentirnos tan mujeres como las que parieron. ¡Sí, el valor de parir! (valor como conducta que se mantiene en el tiempo. Todo aquello que no se mantenga como conducta en el tiempo no puede ser considerado un valor; así si no hubo justicia con constancia, la Justicia no puede ser un valor porque nunca existió como conducta en el tiempo). Lo pienso mientras me miro en el espejo y siento mis caderas realzadas a base de estrechar, casi ahogar mi cintura, lo que produce un tercer efecto, en apariencia ajeno, y es que mis senos se ven realzados cuando las cintas aprietan bien el corsé a mi espalda. Me duele la cintura. Noto cómo la sangre sufre por la presión sobre las paredes de las venas. Ese dolor mezclado con el adormecimiento de mis costados me produce un placer contrario que llega hasta mi vulva e hincha mis labios mayores como si unos labios y una lengua maestros me estuvieran succionando los jugos del coño hasta hacerme delirar. Sin embargo hoy no me siento quemada por dentro y así estas alegrías eróticas son un poco tristes y no quiero escribir mucho sobre ellas. Más quisiera, sí, ser Penélope y escribir una larga epístola a mi amado Odiseo en la que, entre reproches coquetos y ausencias dolorosas, le rogara que volviera pronto para hacerse con los mandos de la patria y expulsar con autoridad a los pretendientes que quieren su lecho como yo -Penélope- lo quiero a él.
Es un día de más de encierro.
No quiero nombrar estas memorias con la memoria de una Peste que me impide ir a orar al Templo de las Montañas. Bastante tenemos ya con soportarla. Lo borro también de las entradas anteriores.