Confinamiento 2
23h. 56m.
Ha dicho, el amigo, Estamos en la dictadura perfecta. Es el quinto día. Se me han ocurrido varias cosas. Se me han ocurrido muchas cosas. Hay momentos en los que me siento una mujer buena. Creo que he sido buena a lo largo de mi vida. En esos momentos lo creo. En mi fuero interno sé que no es verdad. Ya no me importa tanto. Ya no me importa nada. Divago. Vagueo. Me entran temores (que siento muy antiguos. El temor que me ha ido persiguiendo toda la vida. Ese que me previene del día en el que ya no tendré recursos. Es un temor, como todos los temores, fruto de la mente. Todo esto lo he pensado a lo largo del día. En algún momento de este día tan silencioso. El confinamiento de una mujer sola como yo es silencio. Me miro en silencio. Pienso en silencio. Me lavo en silencio. Los paseos son de un silencio cargados de plomo (quizás en esa carga el Estado me ha vendido que es oro. Hipnotizados con las constantes consignas. Una hora tras otra si no tuviera la fuerza de voluntad de alejarme de los destellos poderosos de la televisión y dedicarme al pensamiento crítico, a mi esencia más pura: soy una libertina en el sentido que se le daba a esta palabra en el siglo XVIII que no era solo una libertad en lo sexual sino una libertad en el pensamiento: Casanova era más libertino por su pensamiento que por su polla; también Sade, tan feminista... también él, mi querido Marqués con el que hubiera mantenido largas y profundas conversaciones sobre lo divino y lo humano, sobre mi ano y su ano, sobre literatura y cosmos...) que llegan -los paseos- a suponer un peso sobre los hombros capaz casi de doblegarme, a mí, una mujer sola, en un mundo asolado -el mundo se quedó sin suelo- y voy sintiendo a medida que avanzan los días cómo este estado de sitio tiene algo de ensayo general y cómo la amenaza de la muerte sirve -como desde el principio de los tiempos de los hombres- como dogal para mantenernos atados. He pensado a lo largo del día en la estupidez humana reflejada en su necesidad de verse en los otros; la necesidad de estas bestias que somos en que alguien se fije en nosotras y aunque estemos encerradas -como bestias- en nuestros pesebres, buscamos la manera de ser vistas, la manera de llamar la atención y así formar parte del grupo. Yo siempre fui una zorra solitaria. Este confinamiento no me está suponiendo un esfuerzo insoportable. No sé cuál de las dos le echó el lazo a quién: si Soledad a mí o yo a Soledad.
Lo menos grato en mis soledades es la tarde. Siempre en mi vida la tarde ha sido inquieta. Me gusta la mañana. Me gusta la noche y su madrugada; la tarde, sin saber por qué, la relaciono con el tedio y aunque ese estado no sea para mí mórbido sí tiene algo de amenazador. Lo que inquieta amenaza.
Ahora es tiempo de mandarina.
Lo menos grato en mis soledades es la tarde. Siempre en mi vida la tarde ha sido inquieta. Me gusta la mañana. Me gusta la noche y su madrugada; la tarde, sin saber por qué, la relaciono con el tedio y aunque ese estado no sea para mí mórbido sí tiene algo de amenazador. Lo que inquieta amenaza.
Ahora es tiempo de mandarina.