Ilustración perteneciente al Manuscrito Voynich ¿siglo XVI?
23h. 46m.
... quería decirte que la lluvia ha calado las ventanas y tiene la sensación de haber sido sometidas las gotas a 9,807 m/s2 de aceleración. No se asusta por ello. No se asusta por nada. Tan sólo, esta noche, en la soledad y el confinamiento propios de una mala novela de ciencia-ficción, ha dudado si volverse virgen. Virgen de cuerpo y mente cosa que sería hasta cierto punto imposible si no nos ceñimos simplemente a rehacer un himen –o una juntura no forzada de ciertos músculos- sino a la idea misma de la virginidad. Ahí rotunda se ha mesado los cabellos como si fuera Medea en uno de sus arrebatos de pasión, ante Jasón, al que acusa de tantas cosas, al que acusa de tantas infidelidades, al que destrozará con sus acciones a no tardar mucho; y se los ha mesado de una manera bien teatral. No se mesaba y arrancaba los cabellos sino que con una estudiada mímica conseguía generar en el espectador –si lo hubiera habido- la sensación de estar sufriendo horriblemente. Luego se ha detenido. Estaba en el suelo. Como adormecida. Preguntándose cómo se le había ocurrido la idea de querer ser la Doncella de Orleans. Esa muchacha tan hermosa. Tan audaz. Ungida de Dios. Arrodillada ante Él. Llena de él. Virgen para hoguera. Inglaterra. Aquellos años. Símbolos. Ausencias. El salón de su casa. La televisión encendida No había alcohol. No había embriaguez. Se había detenido en el tiempo y se había hecho una pregunta. Nada más. ¿Por qué no detenerse entonces aquí? Si es tan sólo un apunte. La posibilidad de seguir. La posibilidad de entrever. Se ha quedado sentada en el sofá. Ha acariciado a su perra. La vista vaga. El aire de la habitación. El último muro. En ese confinamiento. Aturdida por la pregunta. Inquieta por la deriva mental. Vuelve la lluvia a golpear con saña en los cristales de las ventanas
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