Retrato de insomnio de Golucho. 2007
14h. 32 m.
Ha visto el paso del tiempo en un dibujo hiperrealista. Las arrugas. Los telómeros a punto de morir.
Ha sabido que es más fácil matar al padre que matar a la madre. Luego ha soñado un relación erótica con una prima hermana. Más tarde se ha comprado un bolso de colores vivos, un bolso de mujer -porque todavía hay objetos que pertenecen a un solo sexo- siendo un hombre del que escribo; más tarde bajo la ventana de una casa que nunca ha existido se producía una manifestación entre distintas facciones de árabes lo que no impedía que fuera a una especie de club donde se sentaba a charlar -cree que junto a una mujer- con un hombre que decía ser -y de hecho era- Premio Nobel. Lo interesante de la escena no era tanto la importancia del contertulio cuanto que las demás personas que había alrededor no tenían interés ninguno por él.
La explosión de la mañana.
Una científica afirma que la vejez es causa de enfermedad.
¿El miedo a enfermar en la sociedades abiertas las llevará a cerrarlas de nuevo?
El hombre del que escribo camina entre el viento y sus ráfagas. Nada podrá pararle. No hoy. No aún.
Ha sabido que es más fácil matar al padre que matar a la madre. Luego ha soñado un relación erótica con una prima hermana. Más tarde se ha comprado un bolso de colores vivos, un bolso de mujer -porque todavía hay objetos que pertenecen a un solo sexo- siendo un hombre del que escribo; más tarde bajo la ventana de una casa que nunca ha existido se producía una manifestación entre distintas facciones de árabes lo que no impedía que fuera a una especie de club donde se sentaba a charlar -cree que junto a una mujer- con un hombre que decía ser -y de hecho era- Premio Nobel. Lo interesante de la escena no era tanto la importancia del contertulio cuanto que las demás personas que había alrededor no tenían interés ninguno por él.
La explosión de la mañana.
Una científica afirma que la vejez es causa de enfermedad.
¿El miedo a enfermar en la sociedades abiertas las llevará a cerrarlas de nuevo?
El hombre del que escribo camina entre el viento y sus ráfagas. Nada podrá pararle. No hoy. No aún.
17h. 18m.
La ciencia, se dijo el hombre, se atrevió con mis sueños. Él se atreverá entonces. Él irá al lugar donde vivió muchos años atrás y mirará a la vieja cuyo terror a la muerte la mantiene viva. La mirará. Dirá una o dos palabras. Se sentará frente a ella y reconocerá uno por uno los objetos. Transcurrirá la tarde. Se mirará las uñas. Los visillos le recordarán el miedo que sentía cuando con ojos niños miraba a través de ellos y creía intuir en la casa de enfrente un fantasma muy blanco que resultó ser un busto de mármol. Moverá el café vertido en la tacita de porcelana con la cucharilla de plata y mientras remueve elevará la vista del café a la cara de la vieja y su mirada se fijará en su boca y recordará de nuevo y quizá pregunte sobre ese recuerdo. Llegará la hora de marcharse. Hará lo que había ido a hacer. Se marchará sin hacer ruido. Reconocerá el eco que siempre se producía en el inmueble cuando cerraba la puerta de la casa. Un inmueble grande. Un inmueble céntrico. Cinco plantas más la azotea. Antiguamente el último tramo -el que iba del quinto piso al sexto que daba acceso a las azoteas- tenía los escalones de madera. ¡Cómo crujía esa madera! La frecuencia del latido. Salir al aire de la tarde. El olor de la tarde en esa ciudad. Caminar. Alejarse. Sin prisa. Nada podrá pararle. No hoy. No aún.