Mujer semidesnuda con los ojos cerrados. Gustav Klimt ca. 1912
21h 38m
Es importante tener en cuenta la idea de velocidad o cuando menos la de un movimiento continuo para entender la Época en la que nos encontramos. Hasta el siglo XX la quietud existía y esa cualidad del vivir le imprimía otra esencia. Ahora se muere mucho más rápido como se vive mucho más rápido. Incluso las muertes provocadas pasan rápidas como ha ocurrido con el vuelo comercial ucraniano abatido -por equivocación ¿Cómo le explicas a los deudos semejante dislate? ¿Cómo se ataca un avión comercial y se destroza la vida de cientos de personas si no miles como si lo ocurrido no fuera más que una cuestión de alta política?- por misiles iraníes. Hay días en los que la loca de la casa -así llamaba la mística española Teresa de Ávila al alma- y que hoy, modernamente, llamamos mente (como ya dije en algún otro sitio de esta extensa revista digital que cumple este año los 12), se adueña hasta de los colores de la mañana. Todo tiende a ella y ella tiende a dejarse derramar en una melancolía que no tiene ni ton ni son -como toda buena melancolía-. Intento oponerme y pronto recuerdo que no debo hacerlo. Recuerdo más, recuerdo que unos días atrás estaba eufórico y hace ya muchos años que relacioné un exceso de alegría con un inmediato exceso de pena. Todo se resume en química.
Esa química que genera los sueños. Vienen y se van rápidas figuras que han habitado esta madrugada esa parte de mi vida y a las que no puedo nombrar. Cuando no se puede nombrar, cuando no da tiempo a nombrar el pensador se pone nervioso. Hoy estoy nervioso y entonces busco actividades que confirmen mi estado histérico. También con los años, he conseguido ser consciente de ello y entonces dejo de hacer esas actividades que suelen ser además actividades con las que gozo si me salen bien y con las que sufro si las hago mal. Hoy quiero hacerlas mal por lo tanto he dejado de hacerlas.
Algunas tardes, sobre todo en invierno, cuando ya ha caído la noche y salgo a pasear con Nilo, las calles por las que paso me parecen un decorado teatral y las personas con las que me cruzo personajes. También en el paseo soy consciente de que busco desplazar a Nilo mi frustración (una frustración que ha surgido de ningún sitio; una frustración que no es más que descompensación química) y también al primer gesto violento -tiene que haber un gesto- se me hace consciente ese deseo de hacer mal para sentirme con justicia mal. Lo evito. La consecuencia es que me habita el mal, dejo que esté en mí y tan sólo espero que la descompensación que se inició con la euforia de hace unos días, se vaya equilibrando. Hasta entonces respiro hondo y tengo congoja.
No es el frío que ha hecho estos días, ni la contemplación de la nieve en las cumbres de las montañas o quizá coadyuven a este estado de ánimo aunque en verdad crea que todo es una cuestión de redes neuronales que de alguna manera satisfacen una necesidad vital que desconozco y que por una paradoja que tampoco llego a explicarme me anima a seguir vivo, a permanecer vivo un día más. Por ejemplo cuando me digo, no, no cuando me digo, sino cuando me asalta el siguiente pensamiento: No quiero suicidarme por nadie, quiero suicidarme por mí.
El escritorio. Abro la obra de teatro que he de preparar y piensa mi loca de la casa, Trabajar te hace bien y para fatigarme acompaño mi labor con Las variaciones Goldberg interpretadas en dos momentos distantes de su vida por Glen Gould -una versión más atosigante, la de su juventud; la otra más dulce, interpretada en su vejez, poco antes de morir-.
Ahora tengo que ser consciente de que es jueves.