El regalo es la palabra y la sintaxis. Mirar las palabras y sus órdenes -órdenes de otras lenguas. Palabras de otras lenguas- y saber, tras el entrenamiento de muchos años, disfrutar los miles de millones de palabras que he leído.
El regalo es tener en la cabeza historias como la que ahora tecleo y que no han cesado de ser creadas por mi mente desde hace cuarenta y cinco años. El regalo es imaginar y poco a poco, con el esfuerzo ingente del diario escribir haber ido destilando esa transcripción que supone llevar a palabras y sintaxis lo que la mente pergeña.
Escribir me ha salvado de morir amargo. Las palabras y las sintaxis han sido mis psiquiatras y he conocido algunas magníficas que me han hecho pensar que quizá yo también podía formar parte de su magia porque si algo es la literatura es generosa, ¡cuántos que no son escritores tienen su libro!
El regalo es haber podido padecer el mundo y contar su esperanza.
El regalo es que alguien, un día, me haya leído y se haya emocionado.
Los demás no importa aunque importe (lo escribo así porque sé que en el fondo de mí no me importa. Sí en la superficie muchos días).
El regalo es leer a Sófocles y admirar a Sófocles. El regalo es cómo una lectura (la última vez ha sido con el Sueco Levov, personaje de Roth) puede llevarte a mundos propios a partir de mundos ajenos (y aún más: mundos imaginados) y provocar mediante palabras y sintaxis un estallido de pura emoción, intensa y vívida.
Por todo eso no tengo más que palabras y sintaxis de agradecimiento por la vida y las gentes que me llevaron a ejercitarme en el doloroso, terrible, patético y maravilloso oficio de escritor.
El regalo es tener en la cabeza historias como la que ahora tecleo y que no han cesado de ser creadas por mi mente desde hace cuarenta y cinco años. El regalo es imaginar y poco a poco, con el esfuerzo ingente del diario escribir haber ido destilando esa transcripción que supone llevar a palabras y sintaxis lo que la mente pergeña.
Escribir me ha salvado de morir amargo. Las palabras y las sintaxis han sido mis psiquiatras y he conocido algunas magníficas que me han hecho pensar que quizá yo también podía formar parte de su magia porque si algo es la literatura es generosa, ¡cuántos que no son escritores tienen su libro!
El regalo es haber podido padecer el mundo y contar su esperanza.
El regalo es que alguien, un día, me haya leído y se haya emocionado.
Los demás no importa aunque importe (lo escribo así porque sé que en el fondo de mí no me importa. Sí en la superficie muchos días).
El regalo es leer a Sófocles y admirar a Sófocles. El regalo es cómo una lectura (la última vez ha sido con el Sueco Levov, personaje de Roth) puede llevarte a mundos propios a partir de mundos ajenos (y aún más: mundos imaginados) y provocar mediante palabras y sintaxis un estallido de pura emoción, intensa y vívida.
Por todo eso no tengo más que palabras y sintaxis de agradecimiento por la vida y las gentes que me llevaron a ejercitarme en el doloroso, terrible, patético y maravilloso oficio de escritor.