Portada Fotogramas de abril de 1977
La época de la transición (1976-1979) corresponde a mi adolescencia y primera juventud entre los quince y los dieciocho años.
Poco antes de morir el dictador Francisco Franco, con catorce años, y no sé por qué impulsos rebeldes que nunca han dejado de asomarse en este que digo que soy yo, solía repartir a la salida de las clases en el Instituto Santamarca de Madrid una revista de contenido comunista cuyo nombre no recuerdo. Mi madre, mujer de derechas por la gracia de dios, las descubrió un día y creo que fue para ella la constatación de que yo era un ser echado a perder.
Ante la muerte de Adolfo Suárez y tras el bombardeo que todos los medios de comunicación han estado haciendo este fin de semana desde que el hijo del ex-presidente anunciara la muerte inmediata de su padre, tan sólo quiero hacer hincapié en dos términos que en aquellos años salían un día sí y otro también en los periódicos: reforma o ruptura.
España hizo un transición hacia esto que se llama democracia, desde la reforma del anterior régimen y esto quiere decir, entre otras cosas, que los hacedores, beneficiados y aplicadores de la dictadura de Franco obtuvieron la inmunidad por sus crímenes, sus excesos y sus injusticias.
Muchos de los de entonces abogábamos por la ruptura que implicaba un juicio crítico y de aplicación de las nuevas leyes al régimen anterior. No se consiguió y de aquellos polvos vienen estos lodos.
La reforma de Suárez y los políticos del momento fue un salir del paso lo más airosamente posible. Sólo que meditándolo en este año 2014, encuentro que realmente si no lo más audaz sí fue lo más razonable y, en el buen sentido de la palabra, conservador. E imagino que lo pienso porque ya entré en la edad adulta hace muchos años y es condición humana que una vez en estas edades las rupturas nos parezcan abismos y por eso nos solemos conformar con pequeñas reformas en nuestro cotidiano existir.
Y así, sobre el principio del inconsciente colectivo español de mediados de los 70: Nunca más una guerra civil, se hizo el desmantelamiento político del régimen de Franco pero no así el desmantelamiento de los poderes llamados fácticos -véase como ejemplo la figura esperpéntica del cardenal Rouco Varela- o las celebraciones en cuarteles de la Guardia Civil este mismo año y en Valdemoro por el intento de golpe de estado del año 81 mientras las víctimas del franquismo han de irse a Argentina para que una juez instruya el sumario que permita abrir las fosas donde yacen los restos de los asesinados por el régimen de Franco. Y estos son, entre otros, los lodos que vienen de aquel cambio de régimen con el que todo se puso patas arriba para que todo siguiera casi casi igual.
Poco antes de morir el dictador Francisco Franco, con catorce años, y no sé por qué impulsos rebeldes que nunca han dejado de asomarse en este que digo que soy yo, solía repartir a la salida de las clases en el Instituto Santamarca de Madrid una revista de contenido comunista cuyo nombre no recuerdo. Mi madre, mujer de derechas por la gracia de dios, las descubrió un día y creo que fue para ella la constatación de que yo era un ser echado a perder.
Ante la muerte de Adolfo Suárez y tras el bombardeo que todos los medios de comunicación han estado haciendo este fin de semana desde que el hijo del ex-presidente anunciara la muerte inmediata de su padre, tan sólo quiero hacer hincapié en dos términos que en aquellos años salían un día sí y otro también en los periódicos: reforma o ruptura.
España hizo un transición hacia esto que se llama democracia, desde la reforma del anterior régimen y esto quiere decir, entre otras cosas, que los hacedores, beneficiados y aplicadores de la dictadura de Franco obtuvieron la inmunidad por sus crímenes, sus excesos y sus injusticias.
Muchos de los de entonces abogábamos por la ruptura que implicaba un juicio crítico y de aplicación de las nuevas leyes al régimen anterior. No se consiguió y de aquellos polvos vienen estos lodos.
La reforma de Suárez y los políticos del momento fue un salir del paso lo más airosamente posible. Sólo que meditándolo en este año 2014, encuentro que realmente si no lo más audaz sí fue lo más razonable y, en el buen sentido de la palabra, conservador. E imagino que lo pienso porque ya entré en la edad adulta hace muchos años y es condición humana que una vez en estas edades las rupturas nos parezcan abismos y por eso nos solemos conformar con pequeñas reformas en nuestro cotidiano existir.
Y así, sobre el principio del inconsciente colectivo español de mediados de los 70: Nunca más una guerra civil, se hizo el desmantelamiento político del régimen de Franco pero no así el desmantelamiento de los poderes llamados fácticos -véase como ejemplo la figura esperpéntica del cardenal Rouco Varela- o las celebraciones en cuarteles de la Guardia Civil este mismo año y en Valdemoro por el intento de golpe de estado del año 81 mientras las víctimas del franquismo han de irse a Argentina para que una juez instruya el sumario que permita abrir las fosas donde yacen los restos de los asesinados por el régimen de Franco. Y estos son, entre otros, los lodos que vienen de aquel cambio de régimen con el que todo se puso patas arriba para que todo siguiera casi casi igual.