Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Eran flechas las gotas de lluvia, furiosas como el grito de una madre hacia el hijo que no ama. Era la tarde oscura y temblaban de terror las hojas del roble. Algo iba a pasar, se decían las unas a las otras. Sin medida el terror. Sin fin la tenebrosidad del último golpe de luz. Volaba el caballo sin montura por la desierta, inacabable llanura del cielo; iba en busca de su amazona, que había muerto sin cura del veneno de la maldad y aún así él la amaba; la había amado siempre, desde el primer día que acarició su crin y sintió la sangre caliente de su mano; desde el día en que lo montó a horcajadas y lo espoleó con rabia para que volara, para que volara; al oído le gritaba, ¡Vuela, caballo, vuela! ¡Vuela hacia el bosque! ¡Vuela lejos de aquí!
Luego fue testigo de la maldad de su dueña; le vio tratar con la crueldad de una flor carnívora al joven que la amaba; le vio arrancar los cabellos a una muchacha más lozana que ella; le vio envenenar el agua de un bebedero de mirlos; le vio dejarse abrazar por un gañán que nada le importaba mientras a lo lejos el joven que la amaba apretaba las mandíbulas y se alejaba del lugar donde por primera vez amó mientras ella le miraba. Y aún así cuando ella acariciaba su crin por las mañanas y colocaba la silla española en su lomo y sentía el peso ligero de su pie en el estribo y cómo tomaba las riendas y cómo lo espoleaba, sentía por ella un amor que le hacía olvidar el mal y juntos corrían por la estepa, por el bosque, por las umbrías de los ríos y atravesaban vados y subían por laderas peligrosas  y descendían por barrancos horribles y descansaban en cualquier parte hasta que al anochecer ella lo llevaba a la cuadra, le ponía su forraje, cepillaba su pelo alazán y lo despedía con un, Mañana te obligaré a más.
Así un día y otro día, viendo la crueldad de su amazona y queriéndola más que a su propia vida.

Nadie sabe por qué ocurren los hechos. Nos aferramos a la causa y su efecto pero quizá eso sólo sirva como explicación para la ciencia y para  mentes estrechas. Podríamos decir que cuando el caballo vio a su ama bañarse desnuda en el estanque, sabiendo como sabía, que el joven que la amaba la espiaba, por su mente pasó una ráfaga de misericordia. El joven sufría eso que el corazón no sabe pensar y la muchacha se reía de eso que ella no había sentido jamás. Se burló del joven. Le hizo salir de su escondrijo. Lo embelesó con promesas. Le permitió que se acercara. Le dejó que la viera desnuda y mojada. Incluso se acercó con la intención -creyó él- de besarle pero le escupió en la cara, le ordenó que se alejara, le llamó Lascivo, Ladrón de honra; le amenazó con denunciarle a sus padres y le gritó, ¡Nunca, nunca jamás! ¡Te desprecio!

Galopaban la amazona y el caballo como un solo cuerpo, un alma única. La tormenta se acercaba tras ellos pero aún no los alcanzaba. Se oía el trueno. Fulgía el rayo. Ambos sabían que al rodear la gran roca de los Mil Años debían girar a la izquierda para evitar el abismo que se abría de improviso a su derecha; un corte en la montaña tan inesperado que llamaban a aquel recodo La Curva de los Espantos. Caballo y Amazona se sabían de memoria el movimiento. A lo largo de los años lo habían apurado hasta el milímetro. Un solo cuerpo. Sólo un alma. Cuando ella recogió la rienda izquierda, suavemente, como si fuera un sutil recordatorio de lo que no hace falta avisar, el caballo se lanzó serena y velozmente hacia el abismo y se detuvo tan de golpe al llegar al borde que la amazona salió despedida de boca y cayó sin grito, sin sorpresa hacia lo hondo de la tierra, hacia el más puro infierno.

Desde entonces dicen que el caballo vuela sin montura, herido de amor huido.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/03/2017 a las 19:13 | Comentarios {2}


El día sagrado ha vuelto a ser como siempre. En la lejanía de ti vive él. Como una cumbre. Playa sin arena. Mar sin sal. Tiene ante sí el polvo y quisiera disponer de la fuerza para demoler el muro. Respira hondo el animal. Se sacude la noche la oscuridad. Luz de farola. Miedo antiguo. Decían que la escarcha. Es extraño a quién se extraña. La vereda. Quizá decida a las cuatro menos veinticinco de la madrugada hacerse una leche con cacao. Una leche caliente. Tiene siempre más frío el lado derecho. O la mano derecha. Su mano izquierda parece tener más dilatadas las venas. No quiere irse a la cama. No tiembla. Ni nadie. Ha visto las dos cartas. No las ha releído. Fue prófugo pero ya se la ha olvidado. No sabe cuándo escapó. Realmente no sabe si ha escapado. Sólo sabe que ayer no existió. Es bueno el veneno. Macera el corazón el pensamiento. Los números apenas cuentan para un corazón que vive en noviembre. El echarpe produce la sensación de abrazo. El camino quedó atrás. Sometido a la evasión no piensa en nada. Se deja ir. Cometa sin hilo. Es un piano a sus espaldas. Es la posibilidad de un chelo. Con constancia recuerda a la mujer moribunda que desea ver al hombre al que amó. Escalas de madrugada. Canción sin son. Los dedos en las teclas algunas de cuyas letras desaparecieron por el uso. El uso las borró. Quizá ese sea el destino de toda canción. Dobla las piernas. Cojea como el boxeador que, en la penúltima genuflexión, tras un jack directo a la mandíbula, se torció el tobillo. Pero se levantó. Y siguió apoyado contra las cuerdas. Siguió recibiendo el castigo. Orgulloso de no ceder. Teclas. Boxeador. Canción. Leche caliente. El cuarto tras él. La cama tras él. La ausencia de la lluvia que se anunciaba. La joven que le miraba esta mañana. El anciano que se atrevió a bajar por las escaleras. Un libro vendido. Un peinado. El noble arte. No acabará contando las colillas aunque recuerde un verso que en algún momento le pareció decente. ¿Qué es? Se pregunta sin retorcerse. Hay más calma. Hay una sentencia que ha sido recurrida. Nada es aún firme. Vaga el cansancio. Acaba. No existió. Luz sin llama. Llama sin fuego. Fuego vacío.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2017 a las 03:31 | Comentarios {0}


Saledizo. Fotografía de Olmo Z. de la serie Hormigón e invierno. Sin fecha.
Saledizo. Fotografía de Olmo Z. de la serie Hormigón e invierno. Sin fecha.
Si alego incapacidad. Si la lluvia emerge del suelo o la neblina para diluirse aguando la acuarela. No busco. Sólo me quedo. Resistente. Me parecen mis manos vacías. No puedo negar que el camino está verde y que ayer cantaron los pájaros para mí. La carencia supone el fin del mundo. Los astros no brillaron anoche y en la madrugada sentí unos inmensos deseos de acurracarme junto a los cubos de basura para ver si el camión me recogía y me llevaba a los vertederos para soltarme allí donde perros, ratas y carnívoro cualquiera  descubrirían mis restos y los despedazarían hasta saciar su ansia de carne. Es marzo y la astenia. Camino y sé que mis pulmones responden a la petición de esfuerzo. Hago lo que tengo que hacer y acudo a las pocas peticiones de mí que se producen a lo largo de los días. Decaigo. Sé que es un estado. Sé que nada es para siempre. Me sé en lo que sé de mí. Aunque "mí" sea en sí una patochada cruel del siglo XX. Fumo por deseo de lo evanescente. Me rinde el paso de los días. Ya no sueño. Sólo tengo pesadillas que me retrotraen al tiempo del inicio. En mi mente surge un pazo entre colinas gallegas cuando enero... No voy montado en una mula ni me acompaña un mayordomo; voy andando y el orvallo me cuece el alma como si fuera agua hirviente. Será la fiebre del que se anuncia a sí mismo. En la vuelta del camino me digo y surge entonces una canción de un joven que le canta a su padre la desdicha de una lucha perdida. Todas las luchas se pierden. Tan sólo se puede ganar lo que no se desafía. Es mi cuerpo desnudo en la cama entre blancas sábanas de hilo; es el frío de las noches oscuras; es la mortandad diaria de mis células y el nacimiento, cada vez más lento, de otras. Es la voz de Shirley Bassey. También en el viejo Glenn Gould. En sus dedos viejos. También en el hombre que me encuentro en la mañana llena de oscuridad y que me habla de un juicio, de un amor veterotestamentario, de una ilusión, de una cercanía y del sábado. No quiero  mostrar mis pies. Ni la congoja de este viernes tiene nada que ver con las hormonas. Caminaré. Porque tiene que ser así. Porque me espera el silencio. Porque el mar lleva lejos tanto tiempo que he perdido la memoria de un horizonte que se ondula. Me vendrá bien una ducha triste y sentiré -si ocurre- cierta satisfacción si mi mente es capaz de resolver un problema de ajedrez. Luego pasará el día hasta llegar al concurso del final de la tarde en el que cuatro mujeres luchan por llevarse un premio jugoso y responderé a las preguntas que a ellas les preguntan y llegará la noche. Es aún tan temprano. Esta mañana, al despertar, sufría mi cuerpo la cercanía del infierno y la certeza de que triste es tan digno como alegre. Luego supuse una situación: era domingo, lucía el sol; en el mercado callejero paseaba y compraba una cinta de máquina de escribir a buen precio; luego era el aperitivo con los amigos y al final la tarde se convertía en un lugar común y cierta modorra. Nada será así. El viernes se levanta como yo he dormido. Me quedan las manos, pienso. Me queda el café caliente al que hoy he puesto poca leche y me ha resultado más amargo que de costumbre. Me queda cumplir con mis obligaciones y contestar con educación a unos trámites que se complican un día y otro también; me queda renunciar y sentir todo el peso de lo que yo mismo me he labrado; me queda la cita en un café de siempre para hablar de un escritor único; me queda el paso del tiempo y saber que poco a poco esa fortuna mía la he ido dilapidando como se debe hacer con todas las fortunas; me queda el bolígrafo. Un buen gesto ahora. He tragado saliva y he llorado porque estoy triste sin pónticas; estoy literalmente desterrado y a mi alrededor se producen puñaladas y se marcan asteriscos en mil y un lugares del planeta; sé que todo esto no es más que una vomitera; quizá mañana cuando lo lea lo quite y me sienta a gusto o quizá piense que es cierto que estos últimos años lo que escribo está teñido de desesperanza y me diré, cautamente, que todo desesperanza tiene como lastre su opuesta porque no puede existir sino existe la espera. El cenicero está más limpio y he limpiado la casa sin entusiasmo. Hago lo que tengo que hacer y eso me avisa de que aún no he llegado hasta el fondo. No quiero llegar al fondo. No quiero escribir el fondo. Pensé también: arce que atornilla; elevación del gris; musgo mustio; vela encendida; pasión; años; tubular; veleta; cianuro; tarjeta postal; venganza; refriega; monólogo interior con braga; aniquilación con calabacín; estreñimiento; insondable tristeza; ¡malditos epítetos!; fulgor azul a mi derecha; recomendaciones de uso; novela vieja.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/03/2017 a las 12:07 | Comentarios {0}


Desde hace tres días cuando entro al cuarto de baño huelo el olor de un hombre que no soy yo; es el olor de un obrero que acaba de llegar de la obra y que lleva impregnado en su sudor el olor del ladrillo y el soplete. No me causa inquietud ni temor sólo pienso si quizá esté compartiendo casa con un hombre al que nunca he visto o quizá sólo comparto cuarto de baño porque en el resto de las habitaciones ese olor no existe. Incluso ayer dejé abierta la puerta del baño y el olor del obrero no se expandió, se queda ahí, en el umbral de la puerta como si no quisiera molestar.
Esta mañana, antes de salir, he dejado encima de la tapa de la cisterna un café con leche y un croissant por si quiere desayunar. Estoy deseando volver a casa para ver si lo ha hecho. Sólo así podré saber si ese olor no es tan sólo el fantasma de un cuerpo sino la huella que deja en el aire.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/02/2017 a las 11:44 | Comentarios {3}


Documento 12 de los Archivos de Isaac Alexander.
Este documento no está fechado.


Cuaderno, pluma y mesa de poliuretano en gris. Fotografía de Olmo Z. de la serie Textos. 2015
Cuaderno, pluma y mesa de poliuretano en gris. Fotografía de Olmo Z. de la serie Textos. 2015
He oído la música de tus cabellos en la almohada
con los ojos abiertos la he oído
y he dejado que el ala del sombrero en primavera
cubriera para siempre mi albedrío

He sentido la cadencia del cosmos
el aleteo febril del pato en su despegue
la grácil figura del camaleón en la rama
y la usura desdichada de la mona en celo

He perseguido la melodía de una canción de Leonard Cohen
en tus caderas mientras gemías frente a mí y en la penumbra
y he saboreado tu saliva en mi lengua
como si fuera la forma consagrada y líquida de un dios

La noche nunca nos fue propicia
siempre nos rehuyó
es cierto que a veces la perseguimos
como lo es también que al final huyó

Yo he visto en tus manos La Primavera
de Botticelli y Botticelli vio en mí tus manos
Yo he visto en tu vientre El Paraíso
del Bosco y el Bosco vio en mí tu paraíso

Ante todo tu voz mantendré siempre
cuando bese tu boca y roce con mis dedos tus pezones
Ante todo tu voz mantendré ante el mundo
cuando yazca por fin junto a la muerte

Ya queda poco para que el sábado muera
y sé que cuando suenen las doce en la campana de la iglesia
no podré evitar rogar a quien no creo
que me conceda la gracia de que duermas sola

Porque yo vi en tu espalda la corriente sideral y los inicios
porque yo vi en tus espacios intercostales el rostro de Lilith
porque yo toqué con mi mano nefanda el monte pelado de tu cuerpo
y le susurré a tus pies como un melisma un canto fraternal de bienvenida

Ha de esperar el fin del mundo
No hiela tanto como para que el corazón se me congele
Un ángel revolotea entre las ramas desnudas del arce
y aulla un perro blanco en las alturas
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/02/2017 a las 19:19 | Comentarios {0}


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