Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Quizás en el principio fuera el grito y quedara en aquéllos la extraña distancia del sonido del trueno. ¿Cuánto? ¿Hace treinta mil años? Anoche estuviste a mi lado. Dormías. Nada te inquieta de mí cuando estás tumbada y desnuda. ¿Qué ocurría entonces? ¿Cómo se estableció que el sonido del tambor fuera masculino y su forma fuera femenina o en su opuesto la forma de la flauta fuera masculina y su sonido femenino? En tu espalda desnuda yo escucho la cueva y en tu piel atisbo las primeras sonrisas cuando la humanidad alboreaba y algo semejante a nosotros latía en los corazones de una mujer y de un hombre. Te amo y las breves ráfagas de brisa que alcancé a sentir antes de caer en el sueño me sedujeron tanto como debía de seducir en la prehistoria del pensamiento el relámpago en un cielo que quizás ya entonces y durante miles de años se pensó que era piedra, muro cerrado, dentro nosotros. Piedra el cielo. Carne tu cuerpo, abierto a mí. Carne mi cuerpo, abierto a ti. Porque vimos el atardecer juntos sentí nostalgia del tiempo anterior a la música, ajena aún la palabra, sin ideas claras la masa encefálica. Todo era acústico. El mundo se resolvía en sonidos: gota de la lluvia, pisada del animal, anuncio de tormenta, dolor del parto, silencio de la muerte. Porque también el silencio es sonido. Yo supe anoche tu piel y la cadencia de tu respiración me jadeó gritos primeros, gritos sin articulación, fonaciones sólo significantes. Porque era la noche. Porque era la primera noche del primer hombre y de la primera mujer en un mundo mágico aún sin ideas, sin naturaleza analizada, sin verdades. Intuición tus pies. Intuición tus manos. Sin metáfora tu boca. Sin anhelo tus ojos. Sólo el grito que imita el animal que quiero ser. Que quiero ser águila. Que quiero ser pez. Que quiero ser armiño. Que quiero ser antílope. Y tú gacela. Y tú manzana. Y tú charca con nenúfar. Y tú luna y fases y así mediciones del ciclo. Ciclo. Eres ciclo. En mi cama eres ciclo. En mi cama eres cabellos en la almohada. En mi cama eres nalgas. En mi cama eres herida abierta que tan solo se calma con mi espada. Que soy espada. Que soy rama. Que soy emisión gutural de imitación de oca. Y así nace la mañana y en la luz de la amanecida siento toda la juventud del mundo porque estás a mi lado y porque el sol aún es joven y da frescor. Joven yo, ya a punto de volver a las entrañas, con menos días en mi torso que en mi espalda. Ya allí. Ya casi allí. 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/07/2017 a las 23:06 | Comentarios {0}


Al nacer cada día la mano parece ser nueva. Sabe que ha escrito millones de palabras (palabras que se han repetido. ¿Cuántas veces habrá escrito la palabra que) y quizás alguna vez, un viernes nublado, ha conseguido transmitir exactamente lo que quería (sabe, en todo caso, que lo que uno escribe no es necesariamente lo que otro lee) como por ejemplo el día que escribió la tarde está tan bonita.
Sí, cada día la vida nace en él. Lo siente cuando se emociona por una ficción o cuando por el camino disfruta del movimiento cadencioso de la cola de su perro (no es su perro, es su amigo. Es gente perro, sin dueño y sin cadena) y también cuando al mediodía siente el deseo vivo de la boca.
Hay en su rutina la paradoja de anhelar la compañía y vivir la soledad y es consciente de que este iniciarse a la vida diariamente tiene un único absoluto en la pobre percepción de los hombres: ya no. Todo está pasando y nada vuelve. Hoy, por ejemplo, al caminar por el bosque ha pisado una roca que se ha clavado en una grieta que tiene abierta en el pie izquierdo. Ha sido un dolor agudo. No igual a piedras parecidas y lugares cercanos. No. No igual. Sí parecido.
Es muy tarde ahora. No sabe para qué es muy tarde. Sólo lo ha pensado. La noche avanza y es verano y a estas horas el calor se deja vencer por la oscuridad. También el silencio vence. También los recuerdos que han estado muy vivos en los últimos días le han vencido en algún momento. Es muy tarde, es cierto, se acercan las cuatro de la madrugada. Recuerda la luz que declinaba en la tarde. Recuerda la conversación con la mujer con la que habla todas las noches y al recordarla recuerda sus ojos y al recordar sus ojos siente cuatro años de sus ojos. Y se repite: cuatro años de sus ojos.
Mañana volverá a nacer y no será leche lo que beba por vez primera sino café y leerá la entrada de un diccionario lleno de misterio y de historias y se iniciará un nuevo mundo, por entero nuevo, como sus manos que parecen no crecer ni acumular años.
Ya lo deja. Ahora se irá a la cama. Abrirá la novela que está leyendo (antes de morir cada noche, lee una historia de otros). Apagará la luz y se echará la sábana por encima. El perro subirá un rato y luego se irá. Sabe que la tierra gira y que el sol no tiene fases como la luna y por eso es menos de fiar. Quedará en suspenso. Nacerán los sueños y un día, sí, un día dejará de oír.

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/07/2017 a las 03:32 | Comentarios {0}



En la lenta maceración de los millones de años, desde la cueva, desde la mano con pigmento en la piedra, desde la primera contemplación, desde la primera idea sobre algo, desde la mirada ¿cuándo se produjo la posibilidad de un hombre que decide acabar con los gorriones?
 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/07/2017 a las 12:51 | Comentarios {2}


El día en el que los cacahuetes no se puedan salar, dios morirá de un colapso y habrá en el entorno del aire un regusto amargo de petróleo y plástico; entonces echaremos de menos la algarabía de los niños en el patio de la casa y admiraremos, como si fuera un descubrimiento primero, el vuelo de un ave si es que alguna vez lo vemos.
El día en el que el mar ya no sea colorido por el color del cielo y una inmensa y raquítica ballena varada exhale en la orilla de una playa su último estertor, llorarán las mujeres infértiles y los hombres infértiles y se preguntarán qué hicimos para dejar morir lo más hermoso conocido. Dicen que una gran nube de smog lo circundará todo y que quizá los más poderosos se ajusten los cinturones en la nave dispuesta a escapar del fin.
El día en el que la palabra Amazonas sea una leyenda; el día en el que la palabra piña sea un deseo; el día en el que la palabra cría genere espanto; el día en el que el aire sea negro como aquel mineral del que se habló tanto llamado carbón; el día en el que las semillas se agosten en su planta; el día en el que la palabra planta sólo se refiera al espacio horizontal de un edificio; el día en el que no vuelva a hacer frío; el día en el que no se vuelva a ver la luna; el día en el que la nave Tierra sea una sepultura, los poderes públicos organizarán un gran concierto con las últimas voces infantiles y en la arenga final justo antes del cataclismo el prócer de turno nos acusará a todos de lo que hicieron en su provecho unos pocos (los que despegan en la nave salvadora).
Y alguno recordará -porque fue de los últimos en verlo- el fluir de un río con truchas.
Y alguna recordará -porque fue de las últimas en verlo- la colosal cornamenta de una cabra montesa en unos Picos que se llamaron de Europa.
Algunos jurarán haber visto la milagrosa transformación de un animal llamado gusano en otro llamado mariposa y habrá quien alardee de haber acariciado el pelo de un perro.
Esos días ya están llegando. Esos días están muy cerca. Los hay muy sabios que ya han desahuciado la Nave Tierra y aconsejan que cuanto antes nos vayamos aunque también hay sabios que desearían más bien que nos quedáramos y muriéramos junto al planeta que matamos para no llegar a otro e iniciar el mismo lento, cruel y bestial asesinato.
Nave Tierra

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/06/2017 a las 11:09 | Comentarios {0}


Fragmento del relato de François Mauriac.
Thérése -una mujer que envenenó a su marido años atrás- va a visitar a un psiquiatra
Traducción de M. Bosch Barret (con ligeras variaciones).
Editado por Planeta en su colección Obras selectas de Premios Nobel 1988


Les Adieux. James Tissot (1871)
Les Adieux. James Tissot (1871)



- Hace usted mal en fiarse de nuestras palabras. ¡Qué capacidad de mentira desarrolla en nosotros el amor! Tome usted las cartas de Azevedo que me devolvió cuando rompimos (Azevedo es un amante que tuvo Thérése una vez que la familia intentó encubrir el envenenamiento de su marido. Thérése se fue a vivir a Paris y allí inició una vida extraña para una mujer de provincias). Pasé una noche entera delante de ese paquete. ¡Cuán ligero me parecía! Había creído necesitar una maleta para contener toda aquella correspondencia... y pensar que toda ella cabía en un sobre grande... Lo puse ante mí. Al pensar en la cantidad de sufrimiento que aquel sobre representaba (se va usted a burlar de mí), sentí un sensación tan extraña de respeto y temor a un mismo tiempo (estaba segura, le hace a usted reír)..., que no me atreví a leer ninguna. Al final me decidí a abrir la más terrible; me acordaba de aquel día de angustia en el que la había escrito en el Cap Ferrat, era agosto; un simple azar me libró del suicidio aquella noche... Pues bien: al cabo de tres años cuando estaba por fin totalmente curada, aquella carta temblaba de nuevo entre mis dedos... Y puede creerme, doctor: me pareció tan anodina que creí que me había equivocado... Pero no, no podía dudar de que eran realmente aquellas líneas las que escribiera tiempo atrás, casi al borde de la muerte. Entre mis esfuerzos por aparentar desenvoltura se delataba inequívocamente la preocupación por disimular mi horrible dolor, como hubiera disimulado una llaga de mi carne, por pudor, para no causar lástima, ni asquear al hombre amado... Son cómicas, ¿no cree usted, doctor?..., todas esas astucias que no salen nunca bien.... Yo había creído que esta indiferencia afectada daría celos a Azevedo... Todas las demás cartas estaban concebidas como ésta. Nada menos natural, menos espontáneo, que los ardides del amor. Pero no le enseño a usted nada nuevo, ése es su oficio... lo sabe usted mejor que nadie; cuando se ama nunca se deja de urdir combinaciones, cálculos, previsiones con tal insistente torpeza, que debería acabar por enternecer al que es objeto del amor, en lugar de irritarle, como ocurre siempre.

 

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2017 a las 13:18 | Comentarios {2}


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