Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Crónicas enviadas por Olmo Z. desde algún lugar del Mato Grosso


Antes de dar paso a las homilías -en su sentido etimológico, es decir, conversaciones familiares- bueno será que le cuente de modo muy resumido como es que me encuentro en algún lugar de las selvas del Matto Grosso cuando lo último que usted supo de mí es que estaba encerrado en un manicomio en la ciudad  de Acra, capital de Ghana, en el Este de ese continente que no existe llamado África. Lo primero que debo reinvidicar es mi cordura. Yo no estoy jodidamente loco como aseguraba el psiquiatra Marcel Duchamp mientras observaba cómo las internadas meaban en los bidés. Para él la meada de una loca en un bidé era una prueba irrefutable de la existencia de la Virgen. En todo caso ésa es otra historia que no sé si algún día contaré. El pedazo de cabrón del doctor Duchamp me atiborraba a píldoras rojas pero como quienes me las suministraban eran los enfermeros y como los enfermeros -en Acra y en todo el mundo- son tan incompetentes como los doctores y su aburrimiento a la hora de ejercer su labor corre parejo con su falta de atención, pronto pude empezar a meterle las putas píldoras a un compañero de sala que estaba catatónico desde el día en que llegué. Y así una noche -tras haber tenido por la mañana una sesión con el doctor Duchamp el cual interpretó un sueño mío mientras hacía humear una cachimba con un tabaco recién llegado de la Côte d'Ivoire de un olor intenso semejante en todo al coño de una mujer impúdica- decidí escapar. Y así lo hice. En la madrugada abandoné la sala donde dormía con otros cuarenta locos no sin antes asfixiar al catatónico para que por fin pudiera realmente descansar y amparado en la oscuridad de una noche de luna nueva llegué hasta el muro, lo escalé más mal que bien y me cagué en el padre del que lo coronó con cristales. Me corté las manos, me corté las piernas pero lo peor es que me corté las tripas y así, desangrándome, corrí mientras pude y luego me arrastré hasta la orillas del río -creo que es el Senegal- para morir ahogado por un afán de darle en las pelotas al doctor psiquiatra que aseguraba que yo sufría de hidrofobia. Me gustaría encontrar alguna imagen poética que mezclara la oscuridad de las aguas del río con mi sangre oscura pero la poesía me la paso por el orto y así la imagen es que me deslicé en el agua dispuesto a morir y me desmayé.
¿Qué ocurrió para que me despertara al cabo de varios días en una caravana de una ONG en plena llanura del Congo? Ni puta idea. Ni ganas de preguntarlo. Me hice el ausente hasta que cuando estábamos llegando a a la ciudad de Quelimane en el país de Mozambique, escuché a una de las bondadosas voluntarias blancas -que había ido a a follarse a un pedazo negraco con un rabo de mil demonios justo a mi lado en la tienda que hacía de enfermería- que al día siguiente me iban a dejar en un hospital de la ciudad. Huí tras escuchar los gozos de la voluntaria con el macho que la montaba -que fueron intensos y largos y cuya eyaculación fuera del sexo de la mujer, abundante y fresca, me salpicó la cara-. Sin pensar -he de reconocerle querido Loygorri que dejé de hacerlo antes incluso de huir del manicomio de Acra- llegué hasta el puerto y allí me oculté en la sentina de un bajel y me quedé dormido. Cuando desperté atravesábamos el Canal de Mozambique rumbo a Madagascar.
No quiero extenderme mucho en este relato, tiempo habrá de conocer algunas anécdotas jugosas. Sólo debe saber que en Madagascar cambié de nave y esta vez logré esconderme en un barco de esclavos norcoreanos que iban a ser trasladados desde las refinerías petroleras del Golfo Pérsico hasta las industrias madereras del Brasil. Por supuesto y como puede imaginar yo no tenía ni idea de dónde iba pero todo me parecía bien mientras estuviera en movimiento sobre el suelo ondulante del mar para demostrarle al cabronazo del doctor Duchamp que mi supuesta hidrofobia había sido, cuando menos, un diagnóstico aventurado. Fue durante esta travesía cuando descubrí el placer de comer pescado crudo.
Por fin, un día de algún mes, desembarqué en la ciudad de Aracajú y pocas semanas más tarde me interné en las selvas del Matto Grosso.
Sirva este preámbulo para iniciar mis homilías.

Narrativa

Tags : Las homilías de un orate bancario Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/08/2017 a las 12:22 | Comentarios {2}


En correo ordinario y con matasellos del 20 de julio de 2017 -1972 años después de que Cicerón comenzara a escribir sus Disputaciones Tusculanas- he recibido hoy 30 de julio un sobre en cuyo remite se lee: Olmo Z. Grande ha sido mi contento pues desde hacía meses le daba por muerto -si tú, ¡Oh, lector! quisieras saber los motivos de esta suposición sólo tienes que clicar sobre el título en verde que aparece a continuación http://www.fernandoloygorri.com/Noticias-de-Acra_a1517.html - y ahora reaparece en un pueblecito del Mato Grosso do Sur, Porto Esperança, donde según me escribe ha ido tan sólo para enviarme estos textos que ha ido recopilando a partir de unas asambleas que realizan todas las noches una tribu a la que él los titipíes y que ha titulado Homilías de un orate bancario para que yo haga lo que tenga a bien disponer. Y escribe en nota aparte: Si quisiera usted publicar estas homilías en el Blog Inventario que con mano férrea dirige, no deje de hacerlo pues quizás en alguna de ellas encuentre el lector ocioso regocijo, enseñanza o burla.
Voy a leerlas a lo largo de día de hoy (y quizá de mañana pues son 31 homilías y algunas algo extensas) y a partir del martes 1 de agosto comenzaré a publicarlas en Inventario a no ser, claro, que mi gusto se disguste y decida devolvérselas a su hacedor.

P.D.: Si quisieran conocer más sobre la vida de Olmo Z en el manicomio de Acra pueden hacerlo consultando este mismo blog entre las siguientes fechas: marzo/septiembre de 2016.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/07/2017 a las 14:31 | Comentarios {0}


Si siento tus nalgas bajo las bragas blancas cuando en la madrugada la brisa, por fin, ha hecho acto de presencia y el cuclillo que es pajarillo del amar en la tradición India ronda cerca, entonces, amada, no quiero que nada en el mundo se altere. Que se vengan abajo los rascacielos que las lenguas de fuego de los volcanes se conviertan en rugidos de mar que los delfines alegremente naden el corro de la patata que la señora odiosa siga siendo odiosa y las manos con lepra no se curen jamás Si siento tus nalgas apretadas contra mi sexo qué importa que la ensenada se vaya dulcificando a través de miles de años o que el big-bang no sea más que una teoría del terror humano o, amada, que el siena se convierta en añil por efecto de la luz de la luna Aborrezco tu almohada vacía Detesto el silencio a mi lado izquierdo Muero de deseo bajo los olmos y Aún así y con todo venero los cuernos de los ciervos, anego mis pulmones de una ira que no termino de apagar, recuerdo tus manos una vez más, maldigo la tempestad y la bendigo y huelo en cada rincón de la camisa que llevo puesta un resto tuyo, un resto que huye a medida que lo atrapo. No es amor lo que escribo es pasión. No son lágrimas lo que derramo sino semen sagrado, escaso semen que siembra en ti mi huella la cual, cometa del tiempo, remonta a las orígenes, sean éstos sopas primordiales u hondas contra gigantes Porque te leería la Biblia entera Porque para ti sería Sherezade Porque me abriría en canal para luego cerrarme si tus nalgas me juraran apretarse una vez más, tan sólo una, contra mi sexo joven en la madurez que se asoma ya a la senectud Agua viva Puerto inseguro Nave que zozobra Parangón sin comparación Estrella sin nombre Firmamento abierto Verso caudal Aleta frigia Machón con firma Desnudo vivo Samba de los treinta y cuatro largos Birimbao y gemido Sultana y perra Emperatriz y esclava Noche larga Cuerno de la abundancia Beso dado Espalda Desazón Espera Baloncito Extraña Cercana Luz de sol en sombra de luna

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/07/2017 a las 16:55 | Comentarios {0}


Cuando pasee por el claustro del monasterio de San Cugat del Vallés iré tarareando una melodía y en ese canto que será homenaje a la vieja bestia que anida en mí, estableceré un nuevo melisma que enaltezca mi mente y me provoque la meditación propia de los que van a conocerse.
¿Cuál es mi grito?
¿Cuál es mi respuesta?
Porque me deleito en el polvo que tamiza la últimos rayos del sol de la tarde.
Porque el rizo que el viento genera en las aguas, establece en mi piel una suerte de exaltación de las percepciones mundanas.
¿Acaso sirve tanta sensibilidad para bien morir?
Temo agosto como se teme la malaria.
No quiero los jardines ni las tapias ni los setos recortados. Prefiero, bien lo saben los capiteles del claustro del monasterio de San Cugat del Vallés, los matorrales, la hierba seca, el cardo que se yergue poderoso en mitad de una tierra seca, la elevación que no muestra más que amarillo y gris; temo como animal que sabe de su instinto sin poder nombrarlo, las luces artificales en los edificios de las calles de Tokyo; hay en mi sangre la ponzoña de una ira que no se agota, que es poderosa como las aguas dilatadas en su molecuralidad lasa, que todo es capaz de abarcarlo, que no hay dique que su furia, una mañana, no pueda derribar; no, no quiero la hierba segada, ni la escultura cursi de una sirena al fondo con su pecho de bronce y sus labios fríos; quiero, exijo, la lechuza, el escarabajo que camina entre sus enemigas las hormigas; quiero la levedad del puercoespín y que mi nombre genere una tentación bíblica, que aunque no sea posible cada que vez se pronunciara todo el mundo oyera Lilith. Son estos días de opresión en el pecho, de lengua inglesa, de versos en francés, de nostalgia alemana, de sometimiento kikuyu, de altivez mashai; son estos días de lanza y escoba, de centro comercial y rugido de leona, de escarcha y cieno, de elevación y mística, cuando preveo la canícula, el terrorífico rugir de los grados, la lenta maceración del cáncer, la historia de Leopoldo II y sus carnicerías en Congo y la igualmente destructiva y letal tortura de la colonia francesa que en 1908 generó el virus del SIDA y su propagación por todo el mundo a lo largo de 72 años; son estas alianzas entre el horror y el comercio las que me llevan a la exaltación del rayo de sol tamizado por el polvo del camino; son estos recordatorios milenarios los que me encontraré cuando pasee por el claustro del monasterio de San Cugat del Vallés y en mi melodía atisbe quizá a reconocer la vieja bestia que anida en mí.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/07/2017 a las 00:16 | Comentarios {0}


Documento 15 de los Archivos de Isaac Alexander. Kristiansund diciembre 1968


Misantropía: Odio al género humano
que se manifiesta por aversión al trato con los demás
y tendencia a la soledad.
Misántropo: En la sierra vivían unas criaturas
mitad hombre y mitad caballo que eran feroces y misántropas.

Al despertar esta mañana (que era noche en mi alma sin duda debido al espacio de los sueños que me ha dejado un regusto agrio a masas enarbolando banderas, líderes gritando blasfemias, calles con ardor de músicas militares [pienso en Beethoven y su machacona música militarona], grandes celebraciones por batallas ganadas quinientos años antes y campos devastados y rojos) en este pueblecito noruego donde me escondo, de nuevo, de una herida social y mientras tomaba un té de Labrador y miraba por la ventana de la cocina la densa bruma que oculta el mar, he sentido esa doliente sensación de asco por los hombres y su megalomanía. Detesto a los hombres. Nos detesto, escribiría, si no fuera porque a mí me tengo aprecio. No quiero engañar a nadie. Pero sé que dentro de la masa me detestaría como a cualquiera otro. Por eso me alejo de las masas: para no sentirme hombre. Por eso busco en el encuentro con las mujeres ese pedazo de belleza que nos une a los animales. Tocar un cuerpo opuesto y mismo. Ser tocado por un cuerpo otro y semejante. Fundirse místicamente con gritos-símbolo y recrear figuras machihembradas bajo la tenue luz de un farolillo, es la única experiencia humana que me procura amor por mi especie. Y tan sólo porque nosotros -junto con algunos tipos de simios y según creo también algunas tortugas- hemos embellecido el sexo con esa variante que no todos conocen que es el erotismo. Todo lo demás supura cieno.
¿Sabrá la bruma sobre el mar la estupidez que como especie generamos? ¿Sabrá la luna cuánta calamidad hemos generado en su nombre? ¿Habrá oído hablar Alfa-Centauro de las razzias? ¿Sabrá en su sueño Vishnu la exacta hijoputez de las hazañas de los ejércitos que son los hitos que más se siguen celebrando?
La misantropía no puede ser elegante ni sesuda porque es una emoción primigenia que tan sólo algunos padecemos; es una enfermedad de la especie. Ser misántropo es estar enfermo de antisociedad y tendrían que curarnos porque nada hay más espantoso que salir a la calle en una gran ciudad y sentir desde el primer momento la viscosidad, el asco, el rechazo por las gentes que caminan a nuestro lado; enfermedad que el propio enfermo intenta atacar haciéndose razonamientos del tipo: ése hombre masa que pasa a mi lado, es un buen hombre -seguro- entre las cuatro paredes de su intimidad; esa mujer masa que te ha mirado como si fueras lombriz en sus tripas quizá conozca los rudimentos del beso; esa niña masa que grita como una cerda en la matanza porque quiere unos botines de mierda dormirá gratamente esta noche y su dulce sonrisa, al contemplarla, conciliará tu mente con el mundo; ese niño masa que mira al manco y grita al padre que va con él, ¡Mirá el brazo de ése, qué asco! seguro que cuando se esté bañando sentirá la caricia del agua y descubrirá el arte.
Yo te reconozco, mi pseudo-Lucilo, que tengo miedo de mí porque según me dijeron desde niño los hombres sin los hombres no son nada y yo siento justo lo contrario: sólo un hombre solo puede llegar a alcanzarlo todo. Y todo es la contemplación sin juicio. Cuando termine mi té y la luz de la seminoche en la que vivo se aclare un poquito, saldré con un animal perro a pasear por los acantilados de este fin del mundo. La humedad es tan intensa. La lluvia es tan constante. El mar es tan negro, impenetrable. La soledad es tan grata. Él y yo, dos animales que buscamos lo mismo: contemplar, llenarnos la panza, gozar del cuerpo, serenar el alma (todos, todos los seres vivos tienen eso que llamamos alma), atravesar esta percepción espacio-temporal que sabemos que no es del todo exacta y caer en la gran noche de la muerte sin haber sufrido más que lo justo (lo inevitable).

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/07/2017 a las 14:15 | Comentarios {0}


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