8ª estancia. Aventura

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/08/2024 a las 18:35


Me parece que no fue hace mucho. Iba con los compañeros. Iba por un campo. Íbamos con los pantalones cortos. Habíamos llegado en un autobús. Nos acompañaban unos hombres vestidos con sotana negra y alzacuellos. Dejamos las cosas que traíamos para pasar el día en una caseta. Jugamos un partido de fútbol. El sol sobre el campo de tierra. El calor. El sudor de la infancia. Después del partido comíamos un bocadillo en lo alto de una loma. Era un bocadillo de tortilla de patata. Antes, sí, ahora lo recuerdo, habíamos ido a un merendero que estaba en lo profundo de un bosque. A ese bosque lo llamábamos Los siete bosques y en el último, en el séptimo, corría la leyenda de que los mayores nos cogían, nos ataban a un árbol y dejaban que nos comieran las hormigas. Teníamos miedo y eso nos animaba a ir un poco más lejos en cada excursión. Alguna vez, contaban, los intrépidos que se habían adentrado más de lo debido le hacían una broma a un compañero y lo dejaban solo, en la linde con el último bosque. Dicen que alguno no volvió. Se lo halló muerto, con las cuencas de los ojos vacías y un rictus de terror en la boca mordida por las terribles y carnívoras hormigas. Vamos por ese campo después de comer. Canta la chicharra. Los curas dormitan a la sombra de unas higueras. Avanzamos hacia la linde del primero de los bosques. Llegamos. Entramos. Caminamos. La chicharra ha callado. Por encima de nosotros el sol se filtra a través de las ramas de unos árboles que nos parecen milenarios. No hablamos. Desconfiamos unos de los otros porque conocemos las leyendas de los compañeros traidores. Alguien dice que ya debemos de estar por el cuarto bosque. Hemos pasado hace tiempo el merendero que para nosotros es la frontera entre lo seguro y el peligro. Decidimos avanzar. Alguien dice que nos despleguemos a lo ancho como hemos visto que hacen los soldados en muchas películas de la Segunda Guerra Mundial. Nos desplegamos. Vamos en silencio. En el silencio de la tarde se diría que se escucha el palpitar de nuestros corazones. Alguien dice, ¡Cuidado, serpiente! Algunos corren por el flanco de donde proviene el aviso. Luego se detienen y vuelven a caminar despacio.
 
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