7ª estancia. La hidra

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/08/2024 a las 19:01


Recuerdo la mañana en la que me cazaron. Allí, como en casi todas partes, los pobres somos odiados, rechazados y si no somos oriundos entonces al mal de la pobreza se agrega el mal de ser extranjero. Me cazaron cerca de Sivas. Yo no soy turco. Me cazaron por haber robado unas gallinas. Tenia hambre, lo reconozco. Asalté el gallinero como si fuera un zorro. Salí corriendo. Hui tan lejos como me fue posible. Antes, sí, también he de reconocerlo, robé pan y unos refrescos en una tienducha de mierda. También salí corriendo. Corrí como un desesperado. Corrí no para huir a toda mecha sino para hacer cuanto antes un fuego donde asar las gallinas. El hambre me estaba matando. Notaba cómo me estaba devorando a mí mismo. Paradojas del vivir: me delató el fuego. Me cazaron cuando con el estómago lleno me quedé, por fin, dormido. Se me echaron encima. Eran siete. Una era la mujer a quien le había robado. Fue ella la que me quebró la pierna derecha entre dos piernas y luego me cortó el tendón de Aquiles de un machetazo certero. Estaba claro que no era la primera vez que lo hacía. Debían de haberle robado más gallinas. Sangrando me ataron a unas parihuelas y colgado de ellas me llevaron hasta la gruta. Allí se encerraron conmigo seis hombres que me zurraron hasta que de puro dolor me quedé dormido de nuevo. Pensé que eso era morir.  Cuando desperté me habían puesto una argolla alrededor del cuello de donde salía una cadena que habían clavado a una de las paredes de la gruta. La cadena debía de medir unos diez metros y se quedaba a unos sesenta centímetros de la puerta metálica. Supuse que lo hicieron así para que mi sufrimiento -tan cerca de la salida y sin embargo a una distancia insalvable- fuera mayor. Y vaya si lo fue.
Muchas noches me despierto con el terror de la pesadilla. Vuelvo a estar encerrado. Nadie escucha mis alaridos. Ni tampoco más tarde, escuchará nadie mi silencio. Con el encierro perdí la capacidad de pedir. Nunca más me volverán a encerrar. ¡Lo juro por mi sangre! He de salir. He cepillado a la perra. Me sienta bien estar con ella. Me obliga a pasear aunque me duela la pierna. Cuando paseo recuerdo un tiempo en el que fui guardés en la casa de un hombre rico. En aquella casa había muchos cuadros de pintores importantes. Todas las noches tenía que hacer la ronda. De aquellos paseos nocturnos me han quedado las miradas de los personajes de aquellos cuadros. Todos me miraban. Yo sentía escalofríos. Siempre me aterraron los ojos.
Fin de la 7ª estancia
 
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