Alegoría del triunfo de Venus (También titulado: Venus, Cupido, La Locura y el Tiempo. E incluso: El descubrimiento de la lujuria). Angelo Bronzino ca. 1540
XXVI
Mi sobrino viene. M. le ha contado nuestra relación. Le pregunto si viene por eso o si aprovecha la visita para ponerme al corriente. Mi sobrino está serio. Parece sentirse herido. Sólo le digo, No tengo que darte explicación alguna y si eso es lo que buscas sal por esa puerta y no vuelvas hasta que dejes de buscar gilipolleces. Sonríe mi sobrino y me dice, Viejo verde. Yo le doy una palmada en la espalda y me voy a hacer un café mientras él sirve dos copas de cognac.
La soledad es una esposa recta. No tiene el don del cariño y tampoco se le espera. Algunas mañanas me tira de la cama y hace que me mire desnudo en el espejo mientras ella ríe por su lozanía. Porque la soledad siempre es joven. Yo soy viejo y me agrada serlo siempre y cuando sea capaz de valerme por mí mismo y controle mis achaques con mis manos.
Me aboca a la belleza. Observo las luces quebradas del atardecer o el contraposto de una escultura de Miguel Ángel, la gracia del movimiento en el mármol... La pietá... una de ellas. Camino por el mundo, cogido de su mano. Airosa siempre ella. Todos estamos solos, limitados por nuestra membrana. Leves acercamientos. Nunca estuve en un sistema venoso ajeno.
Me susurra en sueños teorías del tiempo. Me succiona la verga con su boca universal. Calla. Se acurruca. Se marcha algunos días y entonces siento la compañía de mi sobrino o de M. o de las gatas o de los perros o de dos pajarillos que hoy volaron a mi vera durante unos metros, felices, ajenos a mí, no tanto yo a ellos.
Mi sobrino se envuelve en su bufanda y se marcha más calmado. Cuesta entender que ningún ser humano tiene dueño. Si sólo consiguiera mostrarle esa posibilidad... tan sólo ésa.
Estamos solos, amor, tan solos. Vamos. Hoy no conseguirás que me mire en el espejo. Vamos a dormir, joven amante, eternamente joven, siempre renovada...
La soledad es una esposa recta. No tiene el don del cariño y tampoco se le espera. Algunas mañanas me tira de la cama y hace que me mire desnudo en el espejo mientras ella ríe por su lozanía. Porque la soledad siempre es joven. Yo soy viejo y me agrada serlo siempre y cuando sea capaz de valerme por mí mismo y controle mis achaques con mis manos.
Me aboca a la belleza. Observo las luces quebradas del atardecer o el contraposto de una escultura de Miguel Ángel, la gracia del movimiento en el mármol... La pietá... una de ellas. Camino por el mundo, cogido de su mano. Airosa siempre ella. Todos estamos solos, limitados por nuestra membrana. Leves acercamientos. Nunca estuve en un sistema venoso ajeno.
Me susurra en sueños teorías del tiempo. Me succiona la verga con su boca universal. Calla. Se acurruca. Se marcha algunos días y entonces siento la compañía de mi sobrino o de M. o de las gatas o de los perros o de dos pajarillos que hoy volaron a mi vera durante unos metros, felices, ajenos a mí, no tanto yo a ellos.
Mi sobrino se envuelve en su bufanda y se marcha más calmado. Cuesta entender que ningún ser humano tiene dueño. Si sólo consiguiera mostrarle esa posibilidad... tan sólo ésa.
Estamos solos, amor, tan solos. Vamos. Hoy no conseguirás que me mire en el espejo. Vamos a dormir, joven amante, eternamente joven, siempre renovada...