Porque yo nací en las grandes ciudades de Occidente, he despertado mitad rabo mitad coño.
¿Podría llamarme Olme Z.? ¿Soy otre? ¿Cómo hablaré de mí? ¿Hacia dónde me dirigiré? ¿Por qué tan sólo suelo vivir en agosto y luego muero ahogado en la piscina de un rico? ¿Quién se empeñó en encerrarme en esa gruta? ¿Cómo llegué a entender que me encontraba en la Anatolia? ¿Por qué eché a andar hacia el Oeste y no hice como Alejandro Magno que llegó hasta la India y se elevó para siempre a los cielos del Estado?
Anduve por lugares inhóspitos. Pasé el hambre que Prudencio decía de los pobres romanos que además de pobres tenían vacías las cuencas de los ojos y cojeaban de ambas piernas y de sus heridas supuraba pus, la cual, por cierto, era limpiada por Lorenzo cuya caridad llegaba hasta el lavatorio a los miserables. He sido torturado por la policía de varias naciones; he sufrido la injusticia del paria tanto en Albania -de donde mi madre fue oriunda creo recordar aunque el recuerdo puede que sea una ensoñación, tras tantos años o meses encerrado en esa gruta, alimentado por no sé quién, que me dejaba cada dos o tres días un plato de gachas y un cubo de agua a la entrada, la cual se cerraba con un gran portón de metal que impedía la entrada ni de un resquicio de luz y que cerraba con varios candados y varias llaves y que nunca me hablaba, a quien nunca vi el rostro, de quien nunca supe si era macho o hembra o ambos géneros o ninguno- como en Moldavia como también en Alemania y luego en Dinamarca. Sí, sí, llegué hasta Dinamarca porque me desvié hacia el Norte. ¿Cómo no me iba a desviar tras tanto golpe en la cabeza por parte de la violencia legal del Estado? Estoy en contra del Estado. Si en mis manos estuviera. Si yo fuera Spartacus, El Moderno, sin huestes, sólo a base de bombas iría socavando los frágiles cimientos de los Estados pero no soy Spartacus, el Moderno, ni tengo malditas ganas de cargar con bombas a mis espaldas. Creo que ya me he hecho mayor. Lo intuyo porque a veces me cago encima. No soy capaz de retener con mis esfínteres la mierda que antes estaba contenida, sometida a la cerrazón de mi ano. Ahora basta un pedo intempestivo para que un fino hilo de mierda me manche el muslo, genere olor, las gentes se aparten de mí. ¡Ah, cuántas noches he pasado al raso, recostado sobre la fría madera de un banco en un parque de una ciudad de provincias! ¡Cuánto he sufrido los rigores de los vientos! ¡cuánto los azotes de los mediocritas que se me venían encima y me propinaban una buena paliza ante la indiferencia de unos niños que jugaban con una pelota color de fresa a pocos metros de mi dolor! ¡cuánto he bajado la mirada y he besado las manos de una mujer madura -pura milf- que me daba una limosna a la salida de un mercado de abastos para que me pudiera tomar un café! - Y para una cazalla, le gritaba yo y Ella, la milf, me respondía, Para vicios no, viejo bribón, para vicios no. Yo, le respondía, yo, señora mía, tengo derecho a cazalla porque nací en las grandes ciudades de Occidente, porque he vuelto, porque tengo mitad coño mitad rabo y no sé exactamente por qué me tienen encerrada, ni por qué salgo al mundo y sé que el paisaje en el que me encuentro corresponde a un lugar llamado Anatolia, en un Estado llamado Turquía y cuando cruza por mi mente la palabra Estado -siempre con mayúscula para diferenciarlo de los estados que son estares- me entran de golpe unas inmensas ganas de ser follada mientras mi rabo se empalma y genera una melancólica imagen de un junquillo en la ribera de un simple arroyuelo en las tierras altas de un país al que llamaré Portugal.
Fin de la primera estancia.