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Me acuerdo del anuncio de tormenta en el concierto de The Rolling Stones en el estadio del Vicente Calderón de la ciudad de Madrid un siete de julio de 1982.
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Me acuerdo de la tempestad que cae y justo cuando más jarrea empiezan a escucharse los primeros acordes de Under my Thumb. ¡Oh, la tempestad y los Rolling! ¡Tempestad e ímpetu!
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Me acuerdo que mi padre, melómano impenitente, no quiere perderse a los Rolling así es que vuelvo a verlos al segundo concierto, dos días después, acompañándole. Los teloneros son The J. Gields Band. Cuando terminan de tocar, mi padre está en éxtasis y borracho. Jamás ha asistido a un concierto de rock y exclama, ¡Qué buenos son estos Rolling Stolling -así los llama-. Yo le digo que no son los Rolling sino los teloneros. Mi padre me mira y le grita a un punkie de encrespada cresta que tiene al lado, ¡Pues habrá que seguir emborrachándose!
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Me acuerdo de mi padre en pleno concierto. Está sentado en la grada borracho y feliz. Me llama. Me acerco a él. Me dice, ¡Gracias, hijo! Yo lo levanto y escuchamos Angie juntos mientras encendemos nuestros mecheros y sus llamas se unen a las miles de llamas de otros tantos miles de mecheros.
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Me acuerdo de mi padre vestido con traje y corbata que viene a visitarme al Mercado de Vallehermoso donde yo vendo lotería de minusválidos a la puerta del mercado. Muchos días el vendedor de los ciegos me denuncia y viene la Policía Nacional y me requisa los cupones y las mujeres que han ido a hacer la compra se dividen y así unas me apoyan y dicen que los cojos también tienen derecho a vender lotería y otras dicen lo contrario. El día que viene mi padre se sienta junto a mi y se toma un café. Ese día el ciego no me denuncia. Luego me da un beso, me compra unos cupones y se marcha, esbelto y elegante, como lo es si está sereno.
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Me acuerdo del olor del cuerpo de Arantxa la primera vez que nos besamos en el templete del Parque del Retiro un día de lluvia del mes de junio.
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Me acuerdo de Jenny, una hippie punkie australiana que se negó a quitarse sus botas militares para follar. Era en Ortiguera. En el primero de los veranos con Iñaki.
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Me acuerdo de Gata Reina Renata correteando por los prados de Ortiguera como si no hubiera un mañana. Llena de electricidad. Pura excitación y agilidad felinas.
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Me acuerdo de Teresa. Estamos en una fiesta. Quiere que vaya a su casa para enseñarme un revólver y luego acostarnos. Le contesto que a mí los revólveres me producen impotencia.
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Me acuerdo de beber un Giz Fizz en Chicote hacia la una del mediodía con mi padre. Venimos de la Casa del Ajedrez. Me ha regalado un tablero y unas piezas de madera Staunton 6. Es el año 1991.
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Me acuerdo de Liana. Estamos cerca de su casa, en la calle Benito Gutiérrez. Es en esa calle donde he aparcado. Antes de irme, me empuja contra mi coche, se pega a mí y me muerde la boca y el cuello hasta dolerme. Luego se va.
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Me acuerdo del día de nochebuena de 1980. Estoy en la calle Preciados junto a Tao y Cati vendiendo las pulseras de hilo que hemos fabricado durante nuestro otoño en Menorca. Peso 40 kilos.
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Me acuerdo de Blanca, bailarina a la que le falta la falangeta del dedo índice de la mano derecha. Es hermana de Chus. Es ella quien me acompaña a recoger la casa de Cala Blanca un mes de enero.
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Me acuerdo de sentir la satisfacción del trabajo terminado tras haber escrito un guion para un capítulo de televisión de 50 minutos en un tiempo récord. Estoy dos días escribiendo sin parar. El guion vale y se rueda.
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Me acuerdo de un cura en el funeral de Carlos. En su homilía, y en el colmo del proselitismo, llega a decir: ...y Judas que traiciona a Cristo por treinta denarios de plata... que al cambio vendrá a ser un euro. Y se queda tan pancho. (Un denario son 3,9 gramos de plata y al precio de la plata del año 2005, 30 denarios vendrían a ser unos 80 €).