La vida de los sueños ¿nos pertenece? o ¿somos nosotros quienes le pertenecemos? Muchas mañanas descubro que el día de la vigilia estará marcado por el mundo de los sueños. ¿Me sueña Vishnu? ¿Me sigue soñando dormido entre lotos o tumbado en la más ancha cima del mundo? ¿Está dormido Vishnu y no sabe que me sueña y no sabe que en su soñar provoca que mi vigilia se pueble de una nostalgia que no reconozco como mía? No, no es mía esta nostalgia. No recuerdo haber criado criatura en toda mi vida. No recuerdo en mi vigilia haber convivido con mujer. Sí tengo la clara imagen de estar fornicando. Mi falo guarda la memoria de la humedad del sexo femenino y cierto olor que podría llamar del acto sexual se despierta en mi cerebro si lo provoco. En el sueño (¿mío o de Vishnu?) alguien me trata de padre y yo me veo respondiendo que no me llame así, que nadie que haya sido buen padre puede ser tratado como la que que me llama así me trata. Así es que, le ruego, llámame, si es que me tienes que llamar, Olmo o Z. pero papá nunca, padre nunca. No podría llevar ese nombre si mi función de tal fue tan desastrosa como para no merecer siquiera un mínimo de atención. Eso sueño. Eso me sueña Vishnu. ¿Por qué Vishnu me sueñas padre? y ¿Por qué mal padre? ¿Dónde me han colocado los dioses del Panteón de los dioses? ¿Por qué me arrastro esta mañana con una sensación de nostalgia y dolor por algo que no he vivido? Soy impotente. Soy estéril. Probablemente sea viudo. Quizá sea viudo desde antes de cumplir los veinte años. Quizá me casé con una mujer que se parecía a mi madre, una mujer llamada Wislawa (mi madre), albanesa de origen, según recuerdo confusamente. Quizás esa mujer con la que me casé también se llamaba Wislawa, también era albanesa, también me pegaba por las noches llena de una desesperación semejante a la erupción de los volcanes. Viudo joven. Errante por los caminos de un dios que me sueña, caminos por los que aún joven, si bien viudo, voy cantando cancioncillas de mi tierra con la vana esperanza de encontrar un grupo que me alabe el buen cantar y me invite a sentarme a su mesa para compartir la comida. Ocurrió con toda seguridad. Todos nos encontramos más tarde o más temprano con la horma de nuestros zapatos. Encargaros vosotros de mis enemigos que de mis amigos ya me encargo yo, clamaba Voltaire, el de Zaida. Pudo ser que en noche de jarana, yaciera con una dona fértil y fuera tanto el ímpetu de la juventud que uno de mis espermatozoides entrara por la pared acogedora de su óvulo y concibiera la criatura a la que no crié -porque nunca supe que la había tenido. Escribo una posibilidad. No una certeza. La escribo ante el sueño que me sueña Vishnu.- y esa criatura, ya hecha carne y huesos jóvenes se me viene a los sueños a exigirme responsabilidades. ¡Oh, corazón mío -le respondería si pudiera- quisiera estrecharte entre mis brazos y enseñarte la tabla de multiplicar por tres! ¡Oh, qué bella eres! ¡Cómo pudo pasar tanto tiempo sin verte! ¡Oh, chiquilla, perdóname. Vishnu me sueña como un desastre y ante su soñar no puedo sino plegarme y dejarle soñar! Pero ven, cuéntame, ¿cómo es tu vida? ¿sonríes y eres querida? ¿tienes grandes esperanzas? ¿anhelas los imposibles que todos anhelamos? No, no te vayas aún. No me llames papá. No te vayas. ¡Vishnu, suéñanos un poco más juntos! Permite que no se me olviden sus ojos nunca. Vete, vete, pequeña, a quien nunca conocí y que tanto amo.
Esa nostalgia tan real como la que siento por los bosques de un lugar del mundo llamado Normandie en los que juro que nunca he estado y que sin embargo siento tan míos como los aromas que de la higuera me llegan en este mes de septiembre, en una casa que no recuerdo haber tenido nunca, con una perra que me muerde con una dulzura infinita el dedo meñique y a quien agradezco ese detalle. ¡Vishnu! ¡Vishnu! ¡Vishnu!