55.- Desde hace un tiempo -no sé si un poco tarde, sea lo que sea tarde en la vida de cada persona- mantengo una sana inclinación por la limpieza en mi casa. Nada exagerado -de nuevo los adjetivos ¡qué poco dicen! ¡Cuidaos de los adjetivos escritores primerizos!-. En mi devenir establezco un clara relación, casi un paralelismo, entre la limpieza del lugar que habito y la limpieza interior.
56.- Me siento más limpio. A largo de mi vida ha ocurrido lo contrario: me he solido sentir sucio como si la idea del pecado original -concepto cristiano que anula la pureza por el mismo hecho de nacer- hubiera adquirido en mí unas proporciones pantagruélicas.
57.- Los seres que sentimos desde la infancia una gran culpa solemos alimentarla durante años. En mi caso uno de los alimentos de mi culpa fue el haschís. Sufre esta droga en mi organismo una curiosa esquizofrenia: por una parte satura mis sentidos, provoca momentos de una gran excitación sensual y al mismo tiempo corroe mis entrañas con una ominosa, mórbida culpa.
58.- Lo primero que sentí cuando tomé la decisión de dejar de drogarme fue zozobra, incluso me invadió la certeza de que no sería capaz de abandonar aquello que me hacía daño y me procuraba placer a un mismo tiempo y no a partes iguales. Dejé el haschís y el alcohol hace más de diez años. Apenas me costó. Como suele ocurrir, cuesta más arrancar que seguir lo emprendido.
59.- A lo largo de estos más de diez años de vez en cuando he tomado una cerveza y en dos temporadas volví a fumar haschís. En ambos periodos la evolución fue la misma: exaltación sensual al inicio de la ingesta, aumento del sentido de culpa de seguido. En ambas ocasiones lo volví a dejar sin demasiado esfuerzo.
60.- Sí, relaciono la limpieza con la serenidad y la serenidad con un estado no alterado de conciencia. Entiendo por conciencia la percepción activa del mundo (la percepción pasiva es contemplación y en la contemplación se intenta anular la conciencia).
61.- Al mismo tiempo -sin que busque la paradoja- me parece necesario y rico vitalmente alterar el estado de conciencia. Y no es paradójico porque he llegado a la conclusión de que una alteración constante del estado de conciencia, pervierte la expresión en sí. Por decirlo en román paladino: si tenemos constantemente alterada la conciencia, la conciencia adquiere en esa alteración constante su normalidad y de ahí se sigue que ya no está alterada.
62.- La alteración implica la excepcionalidad.