El primer beso de Salvador Viniegra. 1891. Exposición Arte Incómodo del Museo del Prado.
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Me acuerdo de las hebillas plateadas en los zapatos de Oscar Peterson mientras pedaleaba en su piano de cola.
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Me acuerdo del Barrio Viejo de Donostia. Festival de Jazz. Vendemos bocadillos y con lo que sacamos compramos las entradas.
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Me acuerdo que vamos en un Dos Caballos descapotado y al pasar junto al Hotel María Cristina vemos salir a Art Blakey. Gritamos, ¡Hey, Art! Art se quita el sombrero, sonríe y nos saluda.
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Me acuerdo que en el San Juan Evangelista. Jaume Sisa, Quansevol nit pot sortir el sol. Y el sol nació del escenario.
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Me acuerdo que el cielo, convertido en aspas de helicóptero, negras y marrones, gira sobre mi cabeza de forma oblicua, de tal forma que los extremos del cielo a punto están de rozar el suelo jardín en donde estoy tumbado, apretado contra él, para que las aspas del cielo no me rebanen el cuerpo.
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Me acuerdo que Valentín y yo, atraídos por el movimiento de la casa, nos acercamos a ella y entramos. Dentro vemos cómo respiran las paredes. Le digo a Valentín, Me siento Jonás en el vientre de la ballena.
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Me acuerdo que al pasar un recodo del camino, Chus y yo nos encontramos con unas vacas. Todas están de pie y rodean a una que está tumbada y que acaba de parir. El cordón umbilical aún le une al ternero. Todo es sangre y nacimiento. Despacio, sin molestar, pasamos entre ellas y nos alejamos, sobrecogidos, como si acabáramos de asistir a un rito sagrado de los bóvidos.
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Me acuerdo que en una noche de Octubre, en la casa junto al acantilado, en Cala Blanca, Chus me enseña los secretos del cuerpo de una mujer.
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Me acuerdo de Lola. Camina desnuda rodeada de gatos. Se irá a la India cuando acabe el verano. Cuando menstrua su sangre corre por sus muslos. No le presta atención.
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Me acuerdo que Álvaro y yo encontramos hospitalidad en la Cárcel Modelo de Barcelona. La familia de un funcionario de la prisión nos acoge. El padre de Álvaro fue director de la cárcel.
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Me acuerdo que vamos campo a través. Por la noche. En una Ossa Enduro. Espi conduce. Espi es el loco de Águilas. Me lleva desde Águilas hasta Cullera. Vamos campo a través porque le quitaron el carnet de conducir. Un día, en Águilas, nos dedicamos a perseguir viejas con la moto. Luego nos emborrachamos bebiendo zumo de melocotón con whisky.
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Me acuerdo que duermo en las ruinas de una discoteca. Un grupo de muchachos del pueblo me despierta a pedradas.
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Me acuerdo de ir en la parte trasera de una camioneta descapotada; de amanecida, en enero. Veo en la región de Murcia una gran extensión de cultivo de marihuana.
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Me acuerdo de Cap de Creus. Alta madrugada. La felicidad junto al amigo. Ebrios. Nada importa. El mar, a nuestros pies, se mece.
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Me acuerdo que Alfredo en la noche dominicana me cuenta -traguito de ron va, traguito de ron viene- su dolor. A veces el dolor es la llave de la transparencia. Desde aquella noche, Alfredo fue para mí transparente.
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Me acuerdo de una tormenta tropical. El mundo se inunda como ya nos contaba Gabriel García Márquez. Esa noche Lidia me llama para que la acompañe. Estamos en su habitación. El mundo es agua.
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Me acuerdo que nado un par de kilómetros costeando la isla de Samaná. Llego hasta el muelle del puerto. Un lugareño me dice, Sí que es usted valiente, estas aguas están llenitas de tiburones.
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Me acuerdo del lomo de las ballenas surgiendo a pocos metros de nuestra barca. Recuerdo su aleta caudal golpeando la mar. Recuerdo la impresión del mundo en ese animal inmenso.
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Me acuerdo de la belleza y el temblor al coger una mano y no ser rechazado.
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Me acuerdo: ¡Cuánta hambre! Recogemos lo que creemos que son espinacas silvestres y las cocemos. Ni siquiera tenemos sal. Tan sólo nos queda un poco de harina con la que hacemos chapatis. Como postre nos fumamos briznas del baleo de la escoba. Es el final del otoño en Menorca.
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Me acuerdo de Luis, Lourdes, Vicent y yo. Jugamos a un juego de naipes llamado el Cao. Tomamos coñac. Fumamos tabaco de verdad y porros. Lourdes y Vicent son nuestros vecinos. Llegarán a ser mucho más. En aquel otoño menorquín.
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Me acuerdo que en el local del grupo de teatro Zascandil, por la estación de metro de Torre Arias, calle Alcalá arriba, muy arriba, empiezo a ensayar la Otra Cara que será mi primera obra de teatro estrenada.