IV
Callar. Quedarse callado. ¡Qué difícil ha sido siempre para mí callar! Ahora me obligo a hacerlo. Quizá por esto estas soledades. No tengo necesidad de oponerme a los ladridos de Donjuan o a los maullidos Euphosine cuando quiere salir por la noche para escudriñar en la oscuridad del jardín la presencia de la vida presta a ser cazada.
Callarse ante el engaño. Callarse ante la posmodernidad. Callarse ante el paso del tiempo. Así he de hacer. He de juntar mis manos. He de cantar a la mañana y saludar al sol no como a un Dios ígneo sino como se saluda a una enana amarilla. Callarse en el tropiezo y en este desasosiego que se disimula con el sonido del péndulo. Péndulo de reloj de pared. Péndulo de Foucault. Péndulo de la historia. Callarse ante la Historia. Escuchar las historias sin emitir consideraciones y menos aún juicios. Callar y escuchar. Ha llegado ese tiempo: callarse ante la naturaleza. Escuchar lo cotidiano como quien escucha algo extraordinario porque la naturaleza es un misterio y la cotidianidad es su autopista. Entonces desviarse. Tomar una carretera secundaria. Bajar la cabeza. Mirar el paso siguiente y tener los oídos bien abiertos a los sonidos del Mundo: el hada y la hoja; la barba de cabra y la flor de San Juan; el puercoespín y el fantasma; el aire de un aroma y el aroma de un dolor. Escuchar y callar. Soñar en silencio para no molestarse.
Lo insondable es lo finito, lo infinito es inefable. Entretenerse en el trajín de un hormiguero. ¡Lo que daría por escuchar su sonido! El frufrú entre las antenas, el sonido de la tierra provocado por las patas. Oler el ácido fórmico. Reverenciar a la reina. Alicia entendió muy bien lo insondable de lo finito. Yo debo aprenderlo todo porque mi mente encerrada en un cuerpo que cae, mantiene el afán de lo novedoso. Yo también quiero hundirme hasta un lugar muy oscuro de la tierra y quiero que la maravilla se adueñe de la propia magia de pensar y ser pensado. Mi mente -sea lo que sea ese ente que no se aloja tan sólo en el cerebro sino también en la rodilla o en el segundo premolar (según nos aclaraba Wittgenstein)- es divertida y se divierte. Por eso camino por bosques y en el silencio propio escucho los pálpitos de los demás.
Callarme. Para que no entren moscas o peor aún sapos en mi boca. Callar y leer. Callar y mirar largo tiempo la humilde manzanilla mientras Donjuan y Hamlet retozan entre las hierbas primaverales a la vera del camino. Callar con la conciencia de que en poco tiempo -péndulo, medida, secreto, dimensión, de nuevo misterio- estar callado será un hábito. Ya podré mirarme en el espejo sin pensamiento. Ya podre imaginar el número trescientos sin decírmelo al unísono y así de a pocos volver a la ingenuidad -es decir: in/gen/uidad → en el origen- de tal forma que cuando sonría lo haga sin malicia o cuando llore tenga su sentido. Callarme como cura de soberbia. Callarme como repudio del orgullo.
La incredulidad de Santo Tomás. Caravaggio. 1602