La cena de la noche era judías verdes con patata cocida, una tortilla francesa de dos huevos y una manzana. Si algún clerc lo pedía se podía beber una infusión para inducir el sueño como valeriana o tila. Como comentábamos en la entrega 04, clerc María y clerc Xosé tenían asignadas en el refectorio una plaza enfrente de la otra (por supuesto, casi es ocioso remarcarlo, -pero entiéndase que es por mor de la precisión- se los enfrentaba para que fueran tomando contacto y conocimiento la una del otro por la función de reproductores que se les había asignado en nuestra comunidad). Desde el principio nos llamó la atención que no se miraran, ni mantuvieran conversación ninguna; sólo de vez en cuando se pedían la jarra del agua o un poco de pan. Es más: mientras alrededor de ellos todo solía ser bullicio de jóvenes alimentándose, esa zona del refectorio parecía una isla de calma, tanto por el particular silencio que allí se respiraba como por la sensación de aislamiento que provocaban. Dos almas solitarias, solían decir entre bromas y veras los Funcionarios encargados de las Conductas.
Lo que a continuación vamos relatar tiene como fuente a la clerc XXX -obviamos un nombre y aún más puede que no sea cierta su condición de clerc ni tan siquiera su condición de mujer porque es la mejor espía que tenemos en la ciudad y flaco favor nos haríamos a nosotros mismos si fuéramos dando datos ciertos de quien es mejor que permanezca en el anonimato. Somos Funcionarios, no idiotas-. Para los señores lectores que no estén al corriente de los horarios de los clercs en los Colegios Mayores, han de saber -para la correcta comprensión de esta reseña- que la cena se daba por terminada a las ocho y cuarto. A las diez y media de la noche cada clerc debía estar en su celda y a las once menos veinte toda luz en una celda era sancionada con severidad, lo mismo que -sin previa petición y consiguiente permiso- estaba sancionado el que los clercs salieran de su celda hasta que llegara la hora de levantarse.
Es en esta noche justo, la noche de las judías verdes con patata cocida y tortilla francesa, cuando se produce la infracción a las normas por parte de nuestra pareja de clercs. Sencillamente y sin andarnos con rodeos: ambos salieron de sus celdas cuando el reloj de la catedral de Santiago daba las dos. La noche era cerrada -nos informó nuestra espía- y ellos salieron con sus hábitos negros, primero María, después Xosé. No sabemos cómo habían aprendido a abrir la cerradura de la puerta a la que los Guardianes de los Colegios Mayores echaban la llave cada noche. Pero lo hicieron. No sabemos cómo lograron, cada uno en su Pabellón, burlar a los vigilantes. Pero lo hicieron. Sí sabemos dónde se encontraron y por qué ocurrió lo que ocurrió.