Al final del capítulo 2 de esta narración, dejamos a la muchacha y al muchacho clercs camino de su Colegio Mayor. Eran ambos huérfanos y creíamos que ambos fértiles. El gobierno de la ciudad había decidido, como en casos semejantes, dedicarlos a la procreación cuando llegara el momento oportuno (según nuestras creencias cuando el elemento más joven de la pareja cumple los diecinueve años). El Colegio Mayor estaba compuesto por dos pabellones y como es natural en nuestra especie, uno era el pabellón de las hembras y el otro el de los machos.
Un par de aclaraciones más antes de seguir el normal desarrollo de los acontecimientos que han dado lugar a esta reseña en el Libro de Asuntos Reseñables de New Compostela.
Primera: Según nos dice el último de los supervivientes de la T.G.M. (abrev. de Tercera Guerra Mundial), él cree recordar -su mente anda ya confusa y apenas sabe quién es- que utilizaban como energía cosas tales como electricidad, gas que canalizaban por conductos (deben de ser [si es que son ciertos sus recuerdos] parte del sistema de tuberías que hemos encontrado soterrado bajo el pavimento de la ciudad) y un líquido que servía para propulsar los coches de combustión. Todo eso se ha perdido. Si algún superviviente de aquellos años, en pleno uso de sus facultades mentales, viera nuestra forma de vida, le resultaría semejante a la que se debía vivir en la Antigua Compostela hacia el siglo XI de la era anterior.
Segunda: en nuestro territorio ninguno de los menores de diecinueve años tiene derecho a conocer a qué labor será destinado. Una vez que alcanzan la mayoría de edad se les comunica y no tienen derecho a rechazar lo que el Consejo de la Ciudad haya destinado para ellos.
Hechas estas dos salvedades -que nos parecen esenciales para entender el curso de los acontecimientos-, volvamos al encuentro de nuestros protagonistas.
Nada más llegar a su habitación, la clerc -a la que vamos a bautizar con el nombre propio María a instancias de uno de los más finos analistas de la H. N. (abrev. de Historia Natural) que aconseja poner nombres propios a las personas para la mejor comprensión del texto y no vamos a ser nosotros, simples funcionarios, los que dudemos de semejante sugerencia-. Empecemos el párrafo de nuevo: Nada más llegar a su habitación clerc María se cambió de ropa. Había llegado empapada y a ella esa sensación de humedad y frío durante un cierto periodo de tiempo, le producía un bienestar fuera de lo común. Casi el mismo placer le procuraba el proceso contrario: secarse y entrar en calor. Ya se había hecho la noche. En noviembre se hace la noche muy pronto. A las siete y media las estudiantes deben estar sentadas en el refectorio.
Una cuestión de forma: A instancias de nuevo del fino analista de la H. N. hemos decidido utilizar de forma aleatoria el femenino o el masculino como genérico del grupo de estudiantes aunque sea abrumadora la mayoría de mujeres que lo conforman. El número total de clercs es, a día de hoy, 14 de noviembre, de 827 de las cuales 800 son mujeres y 27 hombres en cuanto a genitalidad se refiere. Esta decisión de utilizar indistintamente masculino o femenino para referirnos a grupos se debe a que creemos que da al relato -que suele ser parco en florituras y de estilo más bien frío al tratarse de un informe ministerial- cierto pintoresquismo.
El refectorio es común para ambos sexos. A las siete y media se sentó María en su lugar asignado y poco minutos más tarde se sentó frente a ella clerc Xosé -al que por mor de lo comentado anteriormente vamos a nombrar así-.