Este año, me dicen los encargados de la Casa Museo, tendrás de nuevo que abrir las ventanas de las salas por las noches. Ella mira unos papeles y dice, entre las tres de la madrugada y las siete de la mañana. Luego se marchan. Ya no los recuerdo. Tan sólo esa orden ha quedado en mí. También la seguridad de que he estado aquí antes. No recuerdo haber estado antes. No recuerdo ni un instante de las veces que estuve aquí antes de este verano de 2022. Es cierto que sé dónde están todas las cosas. Es cierto que me conozco los sótanos y sé dónde se encuentra la sala de máquinas del ascensor y dónde se guardan las llaves de la buhardilla que es la zona de vivienda de la Casa Museo en la que de nuevo soy el Guardés y se dónde se encuentran los cuadros de las luces y la calefacción y sé dónde se encuentra la llave de paso del agua y la llave de paso del gas y también cómo -en caso de necesidad- accionar un grupo electrógeno autónomo que se encuentra en una estancia cerca de la cocina, una especie de trastero donde se guardan los cubos grandes de la basura y otros cachivaches..
Nada me importa demasiado. Quiero decir que no me importa no recordar nada más que órdenes. No recordarme no me importa. Cuando de repente surge una imagen de alguien parecido a mí en mi cerebro que está haciendo algo en algún lugar que en absoluto reconozco, no siento temor ni angustia ni curiosidad. Sólo pienso -pero también como si fuera un pensamiento sobrevenido- Soy un sueño de Vishnu y sigo haciendo mi quehacer sin esforzarme demasiado, sin que sea -por ejemplo- a las tres en punto de la madrugada cuando empiezo a abrir las ventanas de las salas donde los cuadros cumplen a la perfección sus funciones de arte moderno. Así lo pienso y al darme cuenta de ese pensamiento me pregunto si habré sido crítico de arte o seré simplemente un petimetre con restos narcisistas surgidos ante la imposibilidad de haberme follado a mi madre. Ocurre que cada vez que pienso en ella me viene a la cabeza la palabra Albania y tras ésta el título de lo que parece una obra literaria: Tirana no es la capital de Albania. También me viene a la mente un nombre, el suyo, el de mi madre, que relaciono -sin recordarlo- con otra palabra, en este caso la palabra Polonia, la "p" en mayúscula como si fuera un nombre propio. Quizá mi madre se llame Polonia.
Así es que hoy, a eso de las tres y media de la madrugada, tras haber inspeccionado los jardines que rodean la casa, haber respirado un aire caliente y basto que parece llegar de una gran ciudad cercana y haber bebido un vaso de agua, he desarmado las alarmas y he procedido a mi labor de abreventanas. Al desmontar las alarmas he recordado que el temor que sentía (por si no eran ésas las claves para desarmar. Las claves -me ordenó la voz masculina que parecía pertenecer a quien me había contratado- no debía apuntarlas en ningún sitio, tenía que aprenderlas de memoria) ya lo había sentido antes, ante las mismas teclas. Tuve que aprenderme dos claves: la alarma del Museo y la alarma de la parte de Vivienda. Lo hice (o ya lo había hecho hace mucho, mucho tiempo, años, diría, si supiera qué es un año exactamente)